No sé bien cómo fue que
el tema llegó a colación, pero cuando alguien del corro de amigos con los que
degustaba una cerveza dejó escapar algo así como “tu video porno amateur”,
todos dejamos de lado otras charlas y la atención se focalizó en el indiscreto
amigo y el quemado, el aludido. Al baterista de risa fácil no le quedó más que
explicar que, revisando su correo en la portátil del agraviado, “sin querer”
–los ardites absurdos de la culpa—había dado con un vídeo en el que un coito
mal grabado, trepidante y entre claroscuros propios del halo de luz emitida de
la cámara del celular con el que se grabó la escena, era el protagonista.
Añadía, para otra torpe disculpa, que lo bueno es que no se veían los rostros, que
sólo los había reconocido por la voz de los gemidos y las palabras obscenas. Las
risas atronaron. Después de poco más de 10 minutos de intensa carrilla el amigo
estaba vapuleado, sonrisa nerviosa y un sudor frío que perlaba su frente lo
delataban. Fue entonces que alguien dijo que no era para tanto, que no lo
tomara en serio porque a final de cuentas toda pareja tiene su vídeo porno,
“todos tienen sus secretillos sucios”. Los hombres y las mujeres presentes nada
dijeron, los que estaban con pareja sólo desviaron la mirada sin desmentir o
asegurar nada, el silencio había sido contundente.
La pornografía, “observar el erotismo de los otros para
el erotismo propio” (masturbarse: Procurarse en soledad goce sensual), es una
de las actividades humanas más viejas en la historia del comportamiento humano.
Pero es hasta mediados del siglo XX que
la pornografía se hace industria mundial. Después de liberarse en los cincuentas
de un puritanismo rígido e hipócrita (el sexo oral y anal se consideraban
prácticas criminales), Norteamérica abanderó la liberación sexual en la que
hippies, movimientos lésbicos-gays, artísticos y de otra índole, coincidían en
su lista de buenos deseos y utopías por cumplir. El amor libre –hippiteca dixit—había obtenido una victoria. Sin
embargo, los grupos vulnerables y minoritarios (prostitutas, lesbianas,
homosexuales, transexuales, etc.) siguieron esperando por reconocimiento social
e igualdad de derechos. Esto no opacó el ambiente festivo de la época y gente
como Hug Hefner, Samuel Roth, Larry Flynt, etc., le dieron un giro a la idea de
“entretenimiento para adultos. Cualquier experto en la materia objetará lo
último subrayando que las filmaciones eróticas son más viejas, y dicho especialista
está en lo correcto. Se tiene testimonio de filmaciones europeas, americanas y
sudamericanas de gente masturbándose, en striptease o en pleno coito, sin
embargo, como industria fílmica es innegable que el fenómeno comienza en el
paradisiaco San Francisco de los años setentas. Películas como “Mona, the
Virgin Nymph” (1970) de Bill Osco y Howard
Ziehm, “Boys in te Sand” (1971) de Wakefield Poole, “Deep Throat” (1972) de
Gerard Damiano, son consideradas la punta del falo cinematográfico triple equis.
Hoy
en día el circuito del porno no difiere de empresas de entretenimiento como MTV
o Hollywood. Hay casas productoras, presupuestos de todos los tamaños, géneros
y subgéneros (desde Softporn fresa hasta Necro-Hardcore), hay actrices y
actores para todos los gustos y de todos los niveles, revistas, canales en
televisión de paga, productos, festivales, alfombras ¿rojas? y premios anuales.
De su consumo exorbitante se coteja que todo adolescente, joven y adulto ha
visto pornografía alguna vez en su vida, pero casi todos lo niegan.
No
dudo, sin embargo, de mentes castas que por motivos diversos no han visto cine
porno, o han evitado las revistas y los sitios web. Lo que sí no se puede negar
es que presenciar un acto sexual excita la mente y los sentidos, es una experiencia
sediciosa, purgante y a la vez turbia. “La mirada pornográfica activa en
nosotros una tendencia natural del deseo: mirar aquello que se supone no debería
ser visto. Si el cine es por antonomasia una actividad intersubjetiva y
voyerista, el cine porno –y en general la pornografía –es su apoteosis mejor
lograda” (Donato M. Platas). Cuando los patriarcas del celuloide y el
lubricante develaron éste secreto colocaron reflectores, alistaron las cámaras,
en sus comunidades sexuales pusieron a coger a fulanitas y sultanitos, editaron
cintas, maquilaron el producto y le empezaron a dar a la gente las fantasías y
experiencias de las que de una u otra forma ansiaban participar, pero que
escapaba de sus posibilidades morales, económicas, civiles, etc. Generaciones
de adolescentes, entonces, tuvieron sus primeros descubrimientos sexuales con
las pocas cintas que de mano en mano, almidonadas, se traficaban.
Para
Claudio, un amigo que para el año de 1971 contaba con dieciséis años de edad,
el mundo del cine prohibido fue el terreno donde descubrió y aprendió sobre las
artes amatorias. Él recuerda: “éramos unos chicuelos con curiosidad. Nos
gustaban las chicas, queríamos saber todo pero a la vez nos dábamos cuenta de
lo poco que sabíamos del asunto, acaso lo básico: que en la concha se mete la
pinga. Sabíamos que había revistas, sí, pero era complicado tenerlas en casa.
El sexo era un asunto privado que guardaban muy en secreto los padres, algo
había de malicioso si uno preguntaba por el asunto. Entonces encontramos a un
amigo mayor que tenía un proyector y había conseguido unas cintas donde el sexo
era explícito. Parecía un minicine, pubertos calientes del barrio acudíamos a
las proyecciones. Nos sentíamos transgresores, estábamos viendo cosas
prohibidas que muy pocos habían visto. Entenderás que en el Chile de los
setentas casi nadie tenía acceso a éste tipo de material. Nos sentíamos
intrépidos, conocedores y cómplices de un secreto”.
Una
amiga feminista me comentaba que ella veía en la maquinaría XXX un tipo de enajenación
clasista para evitar que las clases explotadas, minorías y uno que otro torcido
mental, hicieran el menor daño de índole sexual. Una válvula de escape para el
casado, el solitario, el pobre, el inadaptado, el divorciado, etc., una manera
más económica y práctica de mantenerlos ocupados en sus horas libres, sin
mencionar las ganancias que el sexo en la pantalla destila. Mi amiga continúa:
El cine porno, como consecuencia de una visión machista, cosifica a la mujer y
asegura el estatus de la repartición del producto sexual. La maquinaria porno
entonces parece decir: tengo actrices de todos los colores, todas las tallas,
mujeres exuberantes y dispuestas a toda filia, consume, porque esto será lo más
cercano a una mujer, o una experiencia como ésta. Los Juniors, la gente con
poder adquisitivo no ven porno, no necesitan ver lo que hacen otros para hacerlo
ellos.
Para
otro camarada de letras el cine de culos, vergas y tetas –como industria—es una
forma de entretenimiento que explica su alcance y éxito en la diversificación
de sus actividades comerciales: Desde los viejos establecimientos en los que se
exhibían solamente los videocassetes, pasando por las cabinas, las salas de
exhibiciones, las sex-shops con toda su parafernalia, hasta los festivales
eróticos y convenciones donde actrices, actores, stripers, productos y castings
para futuras estrellas del viejo “mete y saca”, son el platillo principal.
Espectáculo y sólo eso, pero generada por una industria que ha llegado a un cenit y que es poderosa, no sé qué tan influyente
pero sí subterráneamente poderosa. Tan sólo Donato reportaba en 2012 que “según
un estudio realizado este año el 30 por ciento de todo el tráfico de internet
es porno, ya que recibe la asombrosa cifra de 4.4 mil millones de visitas”.
Coincido
con los amigos: descubrimiento, morbo, enajenación, catarsis, excesos,
tragedias, negocio, el cine porno es eso y más. Sin embargo, datos de pornhub
(uno de los mayores sitios webs porno a nivel mundial) aseguran que las
tendencias y hábitos de los pornonautas y consumidores mexicanos ha cambiado, y
esto es representativo por que explica una parte de la crisis que atraviesa el
mercado del cine cachondo profesional.
Poco
después de que internet viniera a cambiar todo en el ámbito del espectáculo y
el entretenimiento, ya las grandes productoras habían quemado la mayor parte de
sus ases. El consumidor de porno en formato videocassete y dvd –que nunca dejó
de ser una minoría -- poco a poco se fue aburriendo de guiones soeces y ridículos, mujeres curvilíneas y hermosas de
perfecto pubis afeitado, histriones de miembros imposibles y brutales, coitos
libres de sudor, mucho aceite, posiciones y actuaciones que poco o nada tenían
que ver con el sexo real. “Ése otro no soy yo ni la gente de mi realidad inmediata”.
El voyerismo había dejado de ser excitante, el voyerista simplemente se cansó
de la superproducción creadora de lugares comunes.
Mientras
el género se reinventaba con la apertura a otros subgéneros (Europa y sobre
todo Japón innovaron en el terreno de las perversiones) y con la participación más activa de las
mujeres a nivel de producción y dirección, internet vino a darle otro arrimón
avieso a empresas como Private, Playboy, Europorn, NKH, etc. La industria
entraba en severa crisis afectada ya por la piratería, la competencia, las
restricciones legales y su propio agotamiento. Pero la red, como bien se sabe,
no acabó con la industria sino que la transformó de manera profunda. Las
grandes empresas del también antiguamente llamado “cine azul”, enfrentaron
nuevos retos ante nuevos hábitos de consumo de la pornografía en vídeo.
De la confidencialidad de pareja al ámbito público en un click (Todos somos pornos)
De la confidencialidad de pareja al ámbito público en un click (Todos somos pornos)
México, según pornhub,
uno de los pocos sitios que analiza el consumo de su sitio web, es uno de los países líderes en
visitas pornográficas. En su balance de 2013 el portal arrojaba datos
relevantes sobre las preferencias y hábitos de visitas. Según el sitio el lunes
era el día más saturado, la estancia por internauta era de aproximadamente ocho
minutos con cincuenta y seis segundos. La categoría predominante en mujeres era
“lesbiana”, seguido del gusto por los tríos. En hombres predominaba las
categorías Teen y MILF (filias en los extremos de la edad). Pero en el terreno de
búsqueda por palabras sobresalían las palabras “Mexicanas”, nuevamente “Teen” y
el nombre de la actriz “Lisa Ann”. Sin embargo, en los últimos dos años la
tendencia ha cambiado y todo parece indicar que el gusto por el sexo casero va
desplazando los films de las grandes casas productoras.
Las palabras registradas en el último año en buscadores
de sitios xxx han sido “mexicanas”, “casero”, “gordibuenas”, “amateur”,
“hoteles”. El tiempo por visitante ha aumentado en minutos y en la variedad de
dispositivos (Xbox y otras consolas de juego, teléfonos, tablets, computadoras
portátiles y de escritorio) en los que mujeres (número de internautas que ha
aumentado considerablemente) y hombres se dan sus minutos para el voyerismo y
el autoplacer.
Datos ociosos, cierto, pero para la gente del negocio
significaron números rojos, merma sobre la merma en el terreno mexicano, pues
no sólo se ha dejado de comprar su producto sino que lo han dejado de ver. Como
respuesta, algunas empresas internacionales han invertido en los festivales
eróticos recurrentes en los últimos años, Expo-Sexo. Sin embargo, como se
apuntó ya antes, la gran industria se encuentra con estos nuevos retos y la
crisis por la que pasa no amenaza con derrumbarla, pues igual que el imperio
hollywoodense, el del porno sabrá conservar a sus consumidores o creará nuevos,
mientras la curiosidad y el deseo sexual siga alimentando los esfuerzos de los
seres humanos (adolescentes nunca faltarán).
Para nuestro breve análisis, los datos arrojan más sobre
el comportamiento del mexicano en sus hábitos sexuales. Y vaya que han cambiado,
al igual que en muchos otros países, los mexicanos, comunes y corrientes, se han vuelto
productores, directores y protagonistas de sus propios vídeos porno. Ya no les
basta la ficción, el mexicano quiere sexo real, quiere ver y ser visto, quiere
atención y ansía la experiencia del verdadero voyerista (ver lo que no debe ser
visto), y la instantaneidad de los medios le permite ser espectador y protagonista
del gran big brother de carne y líquidos: ver al otro y ser el otro, el del
vídeo, el mismo pero otro: el que fornica.
La mirada
pornográfica requiere de mínimo tres participantes: los que comparten el
momento íntimo –y que en ningún momento pueden verse así mismo en el acto—y el
que observa, éste último vital en la interacción pornográfica. Esto se puede
comprender fácilmente si uno pone atención en los grandes espejos de pared y
techo –sutiles–de algunos cuartos de
“cinco letras”.
Si
el cristal permite la contemplación del coito –uno mismo que se observa gracias
al reflejo--, el vídeo casero permite cerrar el triángulo pornográfico al poder
revivir una y otra vez el momento.
Siendo el vídeo de otros a los que no se conoce –y que se entregan de manera
natural al placer de la carne—el voyerista logra su fin esencial: ver lo que se
supone no debe ser visto, asistir a la intimidad del otro, asistir al secreto
del otro (incestos, infidelidades, coito entre parejas que no saben que están siendo
grabadas, exhibicionismo, etc.).
Tito
Constanso, un comerciante de selecto cine azul en el mercado de la Lagunilla,
reitera lo aquí expuesto: “Todavía, y durante años, me han pedido los dvd’s
que, según se cuenta, graban en los hoteles de paso de la Ciudad de México. Se
llevan las recopilaciones de vídeos caseros a falta de los supuestos vídeos
ocultos en posadas. La demanda me hizo buscarlos, yo al menos te digo que no
existen, no los he encontrado. Pero quién sabe, la banda está bien torcidita y
en una de esas sí andan rolando por ahí. El caso es que la gente quiere ver a
otras personas iguales a ellas cogiendo”.
Con
la accesibilidad de un dispositivo móvil y de un click a otro, la gente pasó de
ser espectador a participante, de la confidencialidad de pareja a la intervención
comunitaria de la intimidad. Todos somos pornos… queriendo o no. Y esto último
es el lado negativo del asunto, pues aunque va en aumento el número de personas
que suben sus propios vídeos a la web, la mayoría es material que ha sido
robado, tomado por terceros o puestos en la red sin el consentimiento ni
conocimiento de la persona involucrada (en algunos casos se exhibe el vídeo a
manera de venganza). Situación horrible, pues aunque nos resulte morbosamente
atractiva la actividad sexual de otras personas, la verdad es que a pocos les gusta
que desconocidos los vean en el abandono total del sexo que es, acaso como la
ebriedad, un estado de total inconsciencia. ¿O a quién en su sano juicio le
gusta que lo graben en los desfiguros de la borrachera para divertimento de los
otros?
Por
ello --y si no eres exhibicionista o estrella porno pero te gusta ver a tu(s)
pareja(s) y a ti mismo echando un buen palo --, para evitar extorsiones, malos
entendidos, el trauma de ver a tu pareja cogiendo con otra persona (de su
pasado o de su presente) o pertenecer al selecto link de los vídeos caseros de
xnxx, youporn, parísporn, mexibuenas o Mexxx, sin tu consentimiento. Para lo
que no te pase lo que a mi amigo, te recomiendo seguir los siguientes tips
básicos:
a) Consentimiento
en grabar o ser grabado. El respeto ante todo (Nada peor que ser capturado por cámaras ocultas).
b) No
guardes archivos de vídeo en celular, tu usb del diario, laptop u otro
dispositivo de uso cotidiano.
c) No
compartas tus vídeos por mensajería de Facebook –u otra red social--, Whatsapp,
ni los mantengas almacenados en la bandeja de tu correo electrónico.
d) Cómprate
un tripie para obtener buenos vídeos
e) Cobra
regalías si alguien ha visto material tuyo. Argumenta que se la han jalado o metido
los dedos con el sudor de tu cuerpo.