La amistad no sólo es
complicidad, camaradería y buenas borracheras. La amistad es también –y
necesariamente—conocimiento, retroalimentación, aprendizaje e influencia. Sin embargo, cuando yo tenía dieciséis años y
cursaba el primer grado de preparatoria, estaba muy lejos de tener amigos. Estaba
solo. Bueno, quizá suene un poco exagerado, cierto es que estaban los
compañeros de aula, los del equipo de fut y los del primer empleo, pero
realmente con nadie de ellos podía charlar de lo que realmente me interesaba: música
y literatura.
Entonces
sucedió. Una tarde la hallé como una mancha negra y gorda en la pared.
Realmente no recuerdo cómo fue el primer contacto pero La Mosca estaba ahí,
conmigo, zumbaba irreverente mientras el profesor de trigonometría se
desgastaba en fórmulas, bostezos y mentes obtusas y ausentes.
Para ése primer encuentro con la Mosca en la pared,
revista especializada en rock y géneros alternativos, el proyecto ya contaba
con seis años zumbando en el difícil terreno editorial mexicano --la revista
salió del huevecillo en 1994. Era 2001, la publicación ya había pasado por unas
forzadas vacaciones de año y medio para regresar en 1998. El mundo estaba cambiando
con velocidad inaudita, sin embargo, yo aquellos años de adolescencia los
sentía pasmosos y lentos, internet comenzaba su expansión –yo dudaba en
entrarle al mundo de las máquinas, cosa que en dos años más sería inevitable
porque la asignatura de computación se haría obligatoria—y asistía al tianguis
del chopo para comprar discos, libros y parafernalia sin guía ni criterio
alguno (me avergüenza aceptarlo pero hubo discos y cintas que compré simple y
llanamente por que la portada me parecía buena o llamaba mi atención).
Con La Mosca
cambió el panorama y mis hábitos. Ahí estaba para guiarme el siempre joven José
Agustín, escritor del que no conocía su prendidísimo lado melómano, contaba con
una sección, “La cocina del alma”, en la reseñaba grupos o músicos –muchos
rarísimos—de todo el mundo. Por el autor de La
tumba llegué a proyectos que se volvieron entrañables: Isildur´s Bane,
Sigur Ros, Brian Eno, Supertramp, Joe Strumer & The mescaleros (ya sin The
Clash) entre otros. Sergio Monsalvo C. y Rogelio Garza lucían también tremenda
pluma y en reportajes y artículos sobre jazz, blues, rock y todos sus
subgéneros, derrocharon conocimiento fineza y desfachatez. “La nueva música
Clásica” era otra sección que no tenía desperdicio y en la que obtuve
información de discos –Desintegration de The Cure, por ejemplo—que hoy se
consideran fundamentales en la historia del rock. En corto, en el terreno del
periodismo musical se caracterizaron por la variedad de géneros que abarcaban
número con número (entre sus portadas desfilaron Tin Tán, Janis Joplin,
Slipknot, John Lennon, U2, Bob Marley etc.), así como por el humor en convenio
con la crítica y la investigación. Pero también tenía sus detalles: José Xavier
Navar –quién siempre gozó de un humor negro y agudo--, junto al siempre
polémico Hugo García Michel –director perpetuo de la revista y pluma mordaz en
el ring de la crítica mexicana– se agarraban de bajada, literal, a los
exponentes de lo que despectivamente llamaban “rockcito hecho en Mexico”. Saúl
Hernández y sus Jaguares, Maná, Chela Lora y su TRI, Moderatto, Tacubos y demás
bunburismos, eran clientazos de la sección de noticias humorísticas “Rock
Express”, de la editorial “Ojo de Mosca” y “Vacas Sagradas” –sección descanonizadora
de Goyo Cardenas Jr. Era tan tremenda la vapuleada que llegó un momento en que
lograron dar hueva con su carrilla, aunque todos los aludidos, sin esfuerzo alguno,
se ponían de pechito con tanto disco tributo (¿alguien recuerda los adefesios
musicales donde los rockeritos mexicanos coverearon a José José, los Tigres del
Norte, José Alfredo Jiménez y hacían colaboraciones con gente como Celso
Piña(ta)?), concesiones, gratuidades y pendejadas propias del mundillo del
espectáculo mexicano.
Por pluma de Kurdtis conocí también a varios exponentes
de la música oscura en sus diferentes géneros (pos-punk, gótico, metal y sus vertientes).
Paradise lost, Theatre of tragedy, The Gathering, London After Midnight,
Ataraxia, Therion, agrupaciones que pertenecieron al soundtrack de mi
adolescencia gracias al señor Kurtdis. Pero de cuando en cuando se le deslizaba
la cursilería –patetismo a veces propio del género—a la hora de reseñar
conciertos o discos. Echa la observación, le agradezco por aquel artículo
intitulado “Roqueros y otros suicidas” con el que nos hicimos amigos sin que él
lo supiera.
Pero esta posma no sólo se la sabía en el terreno la
música, de hecho lo mejor que me compartió lo hallé en otras secciones que me
permitieron un acercamiento –mucho muy ameno—al cine, la literatura, la
crítica, el comic, la crónica, los tatuajes, el porno y otras linduras.
Por José Xavier Navar –nuevamente—conocí el material raro
que solamente movía la gente de Mondo Frek, allá en un rincón de una de las
bodegas del tianguis del chopo: el cine de David Lynch, Bergaman, Passolini, el
cine clandestino de Peter Jackson, directores de culto de todo el mundo, porno,
gore y demás joyitas. Celebré sus reseñas sobre el cine serie B mexicano,
ficheras y de luchadores, nunca exentas de jocosidad. Fedro C. Guillen me
enseñó sobre crónica, en él encontré la agudeza de visión y lo divertido que puede
ser la ciudad y sus habitantes…, sobre todo sus incomprensibles habitantes. El
maestro Ruvalcaba problematizaba sobre sexo, alcohol y música con sello propio,
aunque confieso que prontamente me cansé de sus textos, pues considero que del
alcohol y del sexo no se debe escribir, son actividades que se deben hacer. Susy Q fue otra pluma que me atrapó, su
desparpajo y su ingenio, siempre sexual y punk, me arrancaron muy buenas risas.
Odiado
y querido por muchos, Hugo García Michel tenía una sección buenísima que me
acercó al terreno de la crítica: “Razón de la crítica impura”, por ella
desfilaron Cristopher Dominguez (crítico literario), René Franco (crítico de
espectáculos),… (crítico de música) y otras voces que me ayudaron a comprender
mucha de la importancia de la crítica en un país que poco y mal entendía sobre
el asunto.
Recuerdo también a Naief Yeyha y sus artículos agudos
sobre el 11 de septiembre y la consecuente invasión norteamericana sobre suelo
afgano, conflicto armado que acompañaría el inicio del nuevo milenio. Adriana Díaz Enciso me imbuía en el modus
operandi del escritor con su columna “Desde la buardilla”, y José Quintero me
atrapó con su comic filosófico Buba. Igual, como nada podía ser perfecto,
detestaba la narrativa de Paty Peñaloza –que escribía sendas tragi-crónicas de
grupis y amoríos mal logrados que sólo a ella le interesaban—y Hamlet Ultra
peluche se las arreglaba para darme un ataque de hueva en menos de un párrafo.
Pero bueno, qué amigo no tiene sus defectos.
Pero
el que se llevaba las palmas –mis palmas mis ahorros y mi devoción yonqui—era el
señor botellito de jerez Armando Vega gil con las entregas de las Crónicas de un guacarroquer. Todavía
recuerdo aquel capítulo emblemático donde él recuerda su encuentro cuasi místico
con el maestro de la Onda y con el que habría de entablar una amistad anónima y
entrañable. El onceavo capítulo de la entrega ¿Cómo he de rascarme el güevo si ya me arrancaste las uñas? Comienza
con el guacarroquer Armiados Huevas Vil rememorando sus tiempos mozos “allá en
la colonia de-mal-ver-Galbuena, frontera con la Mocoztezuma, a las orillas del
canal abierto del desagüe, que vomitaba y chido un olor prieto apretado y tibio
a caño gigantesco con todas las cacas y meados de la ciudad más pocamadre e
inmunda del mundo.” Exiliado del cuarto que compartía con su hermano mayor “una
noche de Pop en el baño, me topé con
un texto que de entrada me pescó machín rin por los güevos de mis
neurotransmisores, provocando una liberación encabronada de serotonina que me
puso los sentidos al rojo vivo. […] “Tres almuecas en mi coco”, escrito por
Parménides García Saldaña.” Entonces aquel “puberto putito imbécil tartamudo
con dislexia y rastros de autismo” tuvo… algo cercano a una iluminación después
de dicha lectura: “… lo que me dejó pendejísimo era que en medio de aquel
fárrago desmadrosísimo, encima de aquel aparente no decir nada cantinfleado y
delirante, había unas ganas brutas por partirle la madre a los buenos modales
del Español, la ortografía y la gramática, […] Yo jamás en mis libros de texto
gratuito había visto algo así: esas palabras estaban vivas, tenían colmillos y
aguijones y se te metían por debajo de los calzones y te hacían consquillitas
en las nalgas. ¡Qué cosa tan bella!”. Gracias a la revista Pop fue que aquel
morro “clasemierdero poquitero”, conocería a “José Agustín y Jesús Luis
Benítez, Ignacio Betancourt y de ahí a Chin chin, el teporocho Kerouac y Alan
Wilson. […] ¿Algún puto día le podría decir que él me había cambiado la vida y
que desde ese día lo coloqué en mi cajón de superhéroes junto con Cri Cri y
Santo, el enmascarado de plata? […] Yo era el peor de la clase de Español y sin
embargo, por embrujo de Parménides, decidía que lo mío era escribir.”
¡Patéticos y hermosos recuerdos!
Algo
así como al Armiados le ocurrió con la revista Pop, así me ocurrió con La Mosca
en la pared. Sí, ellos fueron mis camaradas, mis grandes camaradas en la
distancia. Con ellos conocí de música, cine, libros…, reí mucho, me enojé,
discutí y alegraron mis horas de ocio y soledad. Un día, supongo, ya no la
encontré en los puestos de periódicos, pasaron los meses sin saber que había
sido de la “publicación menstrual”, después el olvido. Ahora, casi quince años
después de aquel primer encuentro afortunado con el número con la portada de
Slipknot, me he enterado que en 2008 la revista había entrado en su segundo
retiro forzoso y que en el territorio digital, el proyecto, simplemente
fracasó. En 2013 dio inició una nueva aventura con el apelativo sencillo de revista
Mosca, publicación mensual que me parece haber visto en aparadores, pero que ya
no adquirí. Supongo y es obvio que muchas de las plumas con las que crecí ya no
están, todo proyecto tiene que renovarse. Que la nueva Mosca haga sus propios
vástagos y cómplices, yo me quedo con mis ya viejos amigos. Agrego: amistad es
pretexto para el recuerdo, recuerdo que es asidero de vida.