domingo, 11 de junio de 2017

Península Hamartia. Cuatro primeros poemas

Península Hamartia










Editorial: El viaje y el camino.
Ciudad de México, 2017.









“Aquí sólo las sombras nos comprenderán.”
  Iván Zhdánov




                                                                                      “Sólo es hermoso el pájaro cuando muere
                                                                                                                    destruido por la poesía.”
                                                                                                                    Leopoldo María Panero
                      




















La hoja de otoño que agrega
un signo a la forma del azar:
            No existe.
Parece no caer.
            Su verbo no pesa.
No hay en su alud
un sustantivo para asirla de la cadera.
Tempano aéreo,  
          núbil sílaba sólo alcanzada  
                                        por un relámpago
                                          que libera el 
                                  diamante de la pavesa.  
Expectantes tres puntos:
                                             Péñola la atarraya que atraviesa la lumbrera. 









Fulminado el instante...
Abrirse los ojos  
con la espina de un relámpago,   
caer como un grito 
que se despedaza el rostro
desde un sexto piso o,
fugaz, 
inflamarse como el trigo y la seda; 
sencilla extinción de luz 
en los ritmos del aire.
Basta con presionar el dedo índice  
contra el centro del corazón    
para llenar el cuerpo de oscuridad callada e inmóvil.
 Cuando la intuyas,
 no resistas a la hiena famélica entrar y salir de la retina
 del ojo de la pesadilla que te sueña.
Irás y vendrás 
de un grito infecto 
a la médula rota del nervio. 
Del golpe de recuerdos
a la desesperación de un perseguido     
reptando en las venas de un 
 fantasma que se niega a morir.
 Reo que se destroza 
 la cabeza contra su reflejo, 
 muñón violeta 
de un ejecutado 
que no encuentra descanso en 
 la mazmorra de su cerebro. 
Condenado a la hoguera 
o a la soledad de la cama,
da igual,
en el cerebro de tu mazmorra
es otro el que despierta, se asoma 
y se estrella contra la pared de su reflejo, 
hasta que la certeza de lo inevitable nos funde y se reconoce 
en sí mismo:
 Verbo-Pesadilla 
 ceniza-meconio 
 principio-fin:
 Nunca tan tú,
nunca tan yo, 
nunca tan verdaderamente solo,
nunca tan presente en la tierra,
nunca tan mi cadáver ,
nunca tan en ti mismo,
nunca tan en mí mismo  
como en la hora del yerro,
momento único en la existencia humana
en que una parvada oscura nos diluye en las nubes de un cielo siempre azul.
Estamos en la vida para tener certeza de nuestras débiles victorias y de nuestras muchas derrotas:
Vidagonía.






Abril 

Un mes como en el calabozo: llegamos de pasadizos falsos 
a una trampa hexagonal donde el hilo de tus ojos he perdido y 
en medio he quedado ante ésta pintura boquiabierta.  

Dos relámpagos evadieron todas las posibilidades 
y han golpeado en el mismo hoyo negro.
¿Un augurio?
¿Agua y fuego se pueden contener en una sola llama?  

La noche no deja de parecerme un falso laberinto
donde nuestros personajes yacen ahogados en la hoja blanca. 
Las palabras con las que construí esta celada  
se han vuelto contra mí, me confunden, murmuran 
fonemas que trastocan los decretos de este Dédalo 
encadenado a juicios absurdos y acusatorios. 

En una esquina la palabra “Amor” espera a que le desaten 
las cuatro fauces, ese perro negro que hace su guarida en nosotros para
aullar su hambre solitaria. 
Es el mismo hocico, el mismo perro perro que husmea el fondo de una perla 
y destroza el cuello de un ciervo. 
En mis ojos depredadores no asimilo la diferencia entre la silueta delgada ébano  de una promesa
y la simiente arcana de la realidad pétrea. Corrompidos los días: 
Te quiero nombrar Abril --Esperanza-- y todas las puertas se cierran, 
huyo de una sombra querida  y al doblar la esquina el sepulcro abierto, 
los chacales-porcinos nos tienen rodeados:
una bota presionando la testa contra el suelo duro y sucio de la vida
 y el hexágono se reduce a una pequeña torre
donde un alucinado grita, desde las rejas, 
sílabas y esdrújulas que en nada alteran 
el nocturno vuelo de los buitres.      
                                                         No hay salida…





















Ascesis de un seductor de Margaritas

Desciende de su montaña un tropel de hierofantes desnudos
traen como presente
versos de un libro submarino:
un cisne bellamente crucificado y
la ansiedad humana en concubinas
elípticas canciones nigromantes:
              éter
 agua             materia
espejo             uno
              om 
Margaritas empaladas
Margaritas empaladas.  
Beso los labios de un sol negro
se abre carne a la carne
Empujo...
            Tú me recibes con el calor telúrico de tus caderas.













jueves, 8 de junio de 2017

Breve apunte sobre Veneno para la ausencia de Chary Gumeta, y una selección de poemas


 En Tuxtla Gutiérrez y otros municipios del mosaico multicolor que es Chiapas, se rebosa de poetas de todos los estilos. Poesía indígena en sus lenguas maternas, poesía popular, poesía académica, vanguardista, comprometida, costumbrista, feminista, etc., la “paradisíaca” entidad tiene una amplia oferta poética en la que todas las formas, todos los colores, todos los sonidos se entrecruzan y corresponden. Es por ello que no resulta extraordinario que los acentos lúgubres y violentos también tengan sus representantes y su búsqueda. Lo sobresaliente, en este caso y bajo el colorido escenario, es hacer de la muerte –leitmotiv imperecedero– un lugar dinámico desde donde parte la experiencia poética, desde donde parte la esperanza. Chary Gumeta (1962) es de las pocas poetas chiapanecas que goza de las delicadas herramientas poéticas para convocar a los muertos y sus voces. Nigromancia de luz es quizá la propiedad más sobresaliente del poemario Veneno para la ausencia, primer libro que compone la antología poética Como plumas de pájaros de Chary Gumeta (Prólogo de Socorro Trejo Sirvent), y que recopila plaquettes y poemarios que se han publicado en el extranjero y a nivel nacional, en diferentes momentos del andar de la poeta oriunda de Villaflores.
            Compuesto por veintidós poemas, Veneno para la ausencia es un poemario equilibrado por el tema de la muerte, el tono intimista de los poemas y la peculiaridad de las imágenes donde lo fantástico y lo popular se entreveran. Pero en el ámbito de la poesía nacional, el poemario cobra relevancia por su tratamiento de la temática de la muerte. En el poemario, la muerte se presenta como un espacio habitado por fantasmas, un terreno desde el que la voz poética plantea sus ausencias, sus recuerdos, sus dudas, sus verdades y convoca a sus muertos para hablarles en ese lenguaje lumínico –“una perla diáfana y blanca”– sólo asequible para los que han pasado el umbral de la existencia. El espacio de la muerte, como ya he apuntado, es un espacio dinámico en el que se encuentran los amigos, los familiares y las ausencias. Rosario Castellanos, la abuela, la hermana, ahí están, hombres y mujeres a los que la voz poética llega sin llegar; la nigromancia poética exige lo mismo que a Orfeo: no voltear a ver a los muertos, sólo escuchamos y compartimos la voz, la poesía como ese pequeño consuelo que intenta llenar ausencias, huecos. Sin embargo, en este espacio familiar que es la muerte queda también consignadas algunas de las características de la pluma de Chary Gumeta: el arraigo, la tradición, y un hondo reflexionar y sentir la vida desde un existencialismo donde la libertad, la responsabilidad y el sino de la vida están presentes gracias a su tono intimista, tono que nos permite, a partir de personajes que pertenecen al mundo de la voz poética, reflejar o pensar en nuestro panteón personal.  

            La muerte como símbolo de la ausencia es también el espacio donde el vivo siente y penetra en su soledad. “Dolor de no tenerte”, dirá la voz poética para aseverar que la ausencia, como la muerte, no es un espacio inerte, en la ausencia no se puede mitigar el dolor, “es como un hachazo al árbol / como arder en penumbras de muchos soles”, en el dolor de la ausencia está el insomnio, el vacío, el recuerdo que es nostalgia y la nostalgia una llaga que contiene el peor de los padecimientos: “tu nombre impregnado en la memoria”. En términos de lenguaje, la ausencia le permite a la poeta indagar en versos donde está involucrado el cuerpo y su sensibilidad, la pérdida se revela en los labios, en el aliento, en las manos, en los recovecos del cuerpo, esto impacta directamente en versos de un sensibilidad aciaga donde lo fantástico hace su aparición para involucrar los sentidos: “Entonces, sí, Marcela, / lluéveme con ganas / y derrama sobre mi cuerpo el azul de tu mirada.”

            Sensibilidad en contacto consiga misma y con el exterior, resulta obvio que Chary Gumeta no pueda escapar del influjo de los eventos sociales que permean a nuestro país, sobre todo cuando estos eventos van de la mano con la tragedia, la violencia y el abuso de poder en una sociedad que tiende a la deshumanización acelerada. Entonces la pluma de la poeta sureña consigna la muerte de los otros: los suicidas, las víctimas de la fatalidad y las víctimas de la democracia fallida que es México. En poemarios como Voy al norte con el viento sobre el rostro, Poemas muy violetas y También en el sur se matan palomas, es notorio que Chary Gumeta acomete una poesía comprometida con toda la intención de dar testimonio de las injusticias y absurdos, señalar a los culpables, denunciar las atrocidades y consignar el recuerdo de migrantes, victimas del crimen organizado, presos políticos y, en fin, el rostro de un país deteriorado por la desigualdad, la corrupción, la pobreza y la violencia; sin embargo, ya en Veneno para la ausencia esta preocupación por el contexto social ya se apuntala con tres poemas de excelente factura: “19 de septiembre de 1985”, “Para un suicida” y “Mamá. En el terreno de la muerte, “Para un suicida” es un poema que funciona como espejo en el que se refleja el conflicto de la contradicción humana. Todos tenemos algo de suicidas “porque vivir sólo ha quedado / en el libro de la vida”. Efímero y doloroso el humano, la pluma de la poeta, con un guiño irónico, nos señala la compleja naturaleza –y exclusivamente humana– de la autodestrucción. Por otra parte, “19 de septiembre de 1985” es un evidente homenaje a los sobrevivientes y a las víctimas del emblemático terremoto que sacudió a la ciudad de México. Sobresale no sólo por la propuesta del tema, también y sobre todo por el retrato lúgubre de una ciudad en ruinas a la que se le revela el rostro de la muerte. Por último “Mamá, texto que cierra el poemario, es quizá el poema más emotivo de este primer conjunto. Dedicado a Alexander Mora Venancio, estudiante de la Escuela Normal de Ayotzinapa y desaparecido desde los sangrientos eventos de la noche del 26 de septiembre de 2014 en el municipio de Iguala, Guerrero. En el poema, la pluma de Chary Gumeta cede la voz poética al mismo estudiante que desde la oscuridad de la muerte se dirige a la madre que no ha cesado en su búsqueda. El poema es efectivo porque, a diferencia de los muchísimos poemas que se han escrito al respecto, la poeta logra incidir en capas muy íntimas del dolor humano: las palabras de los muertos que tratan de llegar a los vivos para otorgar el consuelo que no encuentran. Es imposible no recordar con el poema de Chary Gumeta a las voces muertas de Juan Rulfo en su Pedro Páramo, sólo que el recurso de prestarle voz a los muertos adquiere matices desgarradores cuando se trata de voces que fueron acalladas en una realidad que avasalla a la ficción. Reitero, profundamente humano, el poema destaca por su sencillez, efectividad, emotividad e inesperado final.
            Se puede seguir ahondando en el tema de la muerte en este poemario, así como en el resto de los libros que conforman la antología de Chary Gumeta, ya que la muerte como la rabia, el compromiso, la melancolía y lo fantástico, serán motivos y recursos que se mantendrán y crecerán en el resto de sus poemarios. Sin embargo, para un primer acercamiento a la poesía de esta autora a través del tema de la muerte, que es sólo un rasgo de sus intereses y horizontes poéticos, basta con este breve apunte y la selección de algunos poemas que complementan lo aquí expuesto. Por último, sólo resta señalar que una poética, naturalmente, la conforman tanto los temas como las herramientas lingüísticas que son aplicadas al poema, Chary Gumeta es una poeta fuera de lo común porque se decidió a hundir las manos y el pensamiento en motivos complicados a nivel técnico, y muy desgastantes a nivel mental y emocional. Entablar un diálogo con los muertos es una tarea complicada sólo apta para quienes tienen un amor profundo a la vida y las pequeñas cosas que la conforman. Me atrevo a aseverar que ese amor profundo a la vida caracteriza a Chary Gumeta como persona y como poeta.




Selección de poemas de Veneno para la ausencia:

Por la calle va brincando
una perla diáfana y blanca
hace ruidos que sólo escuchan
los muertos.




Por hoy,
quiero dormir y despertar cuando
tenga nietos, para jugar.




A menudo he dicho que cuando muera,
no quiero que me entierren en el panteón,
tendré mucho miedo de estar a solas
con los muertos, deben realizar mis funerales
bajo un árbol frondoso, con muchas ramas,
para salir de cuando en cuando a sentarme
bajo su sombra y mirar a la gente que se cobija con él.
Tampoco quiero que se afanen en cerrar
mi caja, deben dejar una rendija
para el aire fresco, los rayos del sol
y aventurarme en la mirada.





19 de septiembre de 1985
A ellos, quienes despertaron en otra dimensión
por un bostezo de la Ciudad de México
Persigo al viento por las calles
como loca en el desierto-hombre
las campanas gritan,
muestran cicatrices cuando callan.

El insomnio titila en el andamio
corrigiendo a sus ojos su cerrado;
sus rostros descansan invisibles
en el quicio de la ciudad de los perdidos.

Las imágenes del fondo no son reales.
Son quemaduras de luciérnagas actuales
que escriben con sus pasos grandes males
entre edificios y fierros reducidos.

Sangran los pies, sangran las manos,
los cuerpos se retuercen iluminados
con la eternidad a cuestas
en la angustia que se agrupa en la avenida,
una pausa los detiene
los abandona en los puños de la muerte.

El aliento congela la vida
las nubes lloran sin consuelo
un ave atraviesa los sueños
derritiendo la voz de la desesperación
en nocturnas y tristes amapolas.

Congestionado el lienzo de los muertos
caminan malheridos sobre el polvo del silencio,
pensando en las huellas moribundas
y en el humo espeso que se encuentra en su cabeza.

La ciudad duerme tras un bostezo
para volver hasta que despierten los justos.





Dolor de no tenerte
Para mi querido amigo Ulises Mandujano, el Che Garufas
No quiero compartir con nadie tu partida
no quiero desocuparme de recuerdos
ni participar en rezos de luces de Bengala.

Mi pensamiento atraviesa los desiertos
con sobresaltos de antaño
que acarician el velo de vivencias.

Te confieso afligida que mis lágrimas
no son visibles a la luz.
No me culpes por soltar palomas en octubre
para atravesar las nubes caprichosas
ni tampoco me digas
que los muertos entierran a los muertos
para darme consuelo de cigarras.

Tengo una gran herida
que no puede ser curada con caricias de flores
un vacío
que no llena ni el sol del paraíso
una pérdida
que no se sufrió ni el diluvio.

Resucito a ratos
y ese pesar que me lastima
sigue hilvanando la orilla de mi corazón.

No puedo mitigar el dolor
es como un hachazo al árbol
como arder en penumbras de muchos soles
un vacío fúnebre de oscuridad eterna.

No puedo respirar
un nudo atraviesa mi garganta
con lágrimas perpetuas de tristes despedidas.

Qué dolor de no tenerte
qué dolor por haberte perdido en el bosque de los sueños
qué dolor de no volver a respirar tu mismo aliento.

Todo queda suelto, volando sobre el limbo
desmenuzándose en ese dolor atroz para los vivos
vociferando grandes males para el mundo,
conteniendo la mirada con perlas de aguatinta
en un fluir constante de eternas despedidas
en un decir adiós, quedo y silencioso
en una despedida ya tempestuosa ya pausada
con un dolor agudo y angustioso.

Y en esa suerte de insomnio sonideros
quedarán a la intemperie dolores solitarios
mitigándose en el remanso de la tarde
con tu nombre impregnado en la memoria.





Para un suicida
La vida se acaba
hasta que se acaba
para Marco Fonz

Escucho voces
de edades distintas
es evidente que mi oído
aún descifra la transparencia.

Cada edad tiene una experiencia acumulada
que entierra el alma cada día
pretendiendo existir
porque vivir sólo ha quedado
en el libro de la vida.

Es tan absurdo el suicidio
como una tragedia brutal
e incomprendida
donde vivir está prohibido.

Morir es libertad
¿entonces para qué vivir?
Cortar de tajo
mientras las estrellas brillan en el cielo
y hace buen tiempo para volar.

Hay cierta lucidez en el suicida
su impensado hecho y confuso motivo
le dan la fuerza
para no seguir vivo.





Para Alexander Mora Venancio,
estudiante desaparecido de la Escuela Normal de Ayotzinapa

“Mamá
en esta oscuridad en que me encuentro
pienso en ti y en tu inconsolable llanto
por saberme perdido.

En este silencio estoy angustiado
porque no sé nada de ustedes.

Déjame que te cuente
que en esta soledad
ya soy amigo del viento y de la noche,
que el día me sirve
para recordar tu rostro, el de papá
y el de mis hermanos.

Mamá
aquí sólo puedo andar a tientas,
no me encuentro,
no sé en qué momento
me extravié de tus ojos y de tus manos,
no escucho tu voz.

Mamá,
por favor, no dejes de buscarme
que estoy ansioso por volver a tus brazos,
por volver a soñar junto a ti.

Diles a mi padre y a mis hermanos
que perdonen a quienes nos quitaron la vida
y nos causaron lágrimas”.


Ficha: Chary Gumeta, Veneno para la ausencia, en Como plumas de pájaros, Antología poética, CONECULTA-CHIAPAS, México, 2016.  


martes, 6 de junio de 2017

Enjoy the silence




                                                                                                                                             

El halo de luz morada pasa rápido sobre el cementerio estampado de tu blusa. Un trago frío, el espíritu del alcohol aviva la percepción de tus ojos bailando al ritmo de Enjoy the silence. Depeche Mode difícilmente pasará de moda mientras en las fiestas sigan sirviendo anfetaminas, whisky barato y Salomés vengativas sigan llenando los despostillados tarros de cerveza de los mal amados. Un poeta, es decir otro mal amado, sostiene, con la finura de quien escribe sobre el torso desnudo de una amante burguesa, que en realidad no hay tales incapacitados para el amor sino la carencia de dólares para embellecer versos, crear ficciones. Como sea, todos los hombres somos lo mismo: parias bífidos que pasan la lengua de sus ojos por el contorno de sombra neón que se desprende de tu cuerpo en movimiento. Este es un mal lugar y un mal momento para pensar en poesía y dinero, pero tampoco quiero pensar en la distancia de tus pasos tránsfuga, en las puertas del subterráneo cerradas, las calles cercadas por retenes militares; mucho menos regresar al recuerdo de los grilletes en los muslos. No tengo ni un centavo en la bolsa para invitarte una cerveza.
Los segundos siguen imperceptibles detrás del ritmo de bits y guitarras, la música es un puente que te saca de este quinto piso desde el que se observa un cementerio de cruces níveas en la punta de una llave. Casi se podría afirmar que la pulcritud es la misma de un mausoleo helénico. En sus muros parece haber fiesta, como si ésta alegría etílica también los invitara al espejismo del Caribe extinto. Pero no es fiesta, ¿qué, cómo diablos se puede festejar después de la matanza de los elefantes? Nada se obsequia allá y el frenesí musical de ésta fiesta sigue sosteniendo un puente infranqueable entre tu delgada llama en movimiento y mis palabras:
Escolopendra
Emet
Fuego
Ollin
A mi lengua, extremidad con el universo, le han cercenado la magia adánica. Negras crisálidas escupo cuando quiero hacer escuchar, por encima de la estridencia jovial, tu nombre. No me miras, por un momento siento escamas en la piel y levanto el asedio de mis ojos.
Aquí adentro, reptiles sobrevivientes apaciguados bajo una nube cargada de onirismo, allá afuera una horda de jirones humanos, más zombis que hombres, que han roto el ensueño de su televisor y se estrellan con bríos de alce metálico contra los muros marmóreos del panteón dedicado a los héroes de la democracia.
¡Eso sí es una buena bacanal!
Grita un neohippie desde la ventana confundiendo su aguardientosa voz con un solo de saxofón que tú disfrutas en solitario; trato de seguirte incapaz de leer la intención del sutil devaneó con el que te entregas a la combinación de guitarra y sax, sin que lo sepas eres posesa de un cuento por ti narrado en el que te delatas caracol. Ni yo mismo sé cómo pasamos de los Smiths a Caifanes con Quisiera ser alcohol.
¡No mames, esos cabrones se quieren aspirar a los muertos… la coca de la sagrada democracia!
Vuelvo a la ventana. Me gustaría preguntarte si alguna vez contemplaste la pintura de Los funerales del poeta Oskar Paniza, de George Grosz, o si en algún momento escuchaste Sinfonía para cólera y revolución. Discurso para ratas en tres tragedias del moderno “Kostalkolnikof”. El tumulto en el cementerio tiene mucho de ese carnaval siniestro, uno sobre otro los zombis se agolpan mecánicamente sobre los muros, la piedra cristalizada es un crujir al chisporrotear de un fuego incontenible que se asoma en los ojos, en el aliento inerte de un solo monstruo: la masa amorfa.
            Y ahora, aunque quisieras ver lo que aquí acontece, tendrías que recuperar el hilo de oro que nos robaron en el laberinto para volver de ese mundo que sólo tú nombras. Atrás de ti un girasol con dorso de sirena se escapa de tu ritmo de sangre, sin querer advierto la cadencia de una música volcánica, mineral. No sé de qué mano ingrávida provienen las perlas que vienen a dar a esta porqueriza. Del árbol cae una pera que antes de impactarse se vuelve cascada. En un rincón del mundo sin agua las lajas recuperan su corazón de jade.
            Sin embargo, ese sonar de caracola no proviene del silabario de tu danza. No puede, no podría ese crujir de huesos emerger de ti. Los muros de coca han sido quemados y es el asalto del hambre el que suena a tambor de guerra.
           Alucinas poemas con plumajes de quetzal y oquedades en cuevas submarinas para el sueño de las ballenas; en algún documental escuché que en geografías así descritas se había fecundado la vida.
Al mismo tiempo, las agencias de seguridad privada dan la señal de alerta a sus amos y los sepulcros de cocaína, que en realidad son bunkers revestidos con imágenes de la santa muerte tallados en marfil, se abren de par en par para que de ellos emerja el clásico desfile militar del 16 de septiembre que encabeza la virgen desnuda de Guadalupe. Los altavoces son tomados y retumban entre las ruinas de la ciudad vestida de seda. Los discursos y las ofertas celadas devoran la música, mas tú quedas suspendida en la canción que emerge de ti y la promesa de una montaña estrellada convoca a los reptiles, vuelvo a sentir la piel escamada e intento no perder el rastro de tu deslizar silábico, tu cuerpo.
Los tanques y los grupos antimotines toman posición para despejar el cementerio, los altavoces vomitan promesas que son respondidas por guturales voces disonantes, la indignación se inflama bajo una torre babilónica donde nadie se entiende. No nos entendemos, nos negaron el don de una lengua común, unos hablan con el hambre, otros reciclan la arenga política, muchos más sólo han venido por el oro blanco y yo aquí, expectante, anónimo y esquivo, con un lenguaje infértil que no te alcanza “las palabras no sirven para nada. / Sólo sirve el odio, / una mano sobre un libro, / una pintura que nombra lo indecible, / una mujer con un libro entre las piernas.”[1] 
“No hay negociación posible”, afirman los altos dignatarios, “México es un país que se guía a través de las instituciones, mismas que ustedes han violado. Bajo esa amenaza, el Estado no puede más que responder con la fuerza que la ley le garantiza.” Afuera llaman a las armas, gritan “guerra”, tú enuncias “tierra” y el desierto se nos revela apenas en una duna sugerida en el pensamiento. Tus brazos, serpientes carmesí, versan sobre un eclipse y un diluvio que quedó registrado en algún muro de la extraviada Atlántida; en el cementerio alguien ha lanzado la palabra que autoriza la bengala de la muerte:
Tú dices “Mantis”…………… una ojiva destroza la primera línea enemiga
Pronuncias “Alba”…………..entrañas reventadas en el estruendo
“Miel y Junco”……………..sobre la armada pobre llueven granadas
“Árbol de la vida”…………… plusvalía de la guerra
“Secreto del viento”…………..monumento de cráneos para un dios enano
“incienso-silencio”……………. ¿La paz de los muertos?
            Humaredas de estandartes caídos se filtran por la ventana. Por estar absorto no había reparado en que han llegado más invitados. Ahora todo es absoluto silencio sólo interrumpido por hormigas inmediatamente dispuestas a reparar los muros derribados, barredoras dentadas apartan los cuerpos masacrados y algunos gritos aislados vienen a posarse sobre nuestra indiferencia alcohólica. La flora y fauna por ti nombrada, la atmósfera de lejanos soles de Mayo, se ha disuelto en la ingenuidad de tus ojos sonrientes, abiertos por fin, todo ha desaparecido en tu belleza estática de efigie recién llegada de un viaje secreto. Algo comentamos sobre el ruido de las barredoras, sobre el deber de estar ahí, con los iguales, con el pueblo; coincido y quisiera confesarme contigo…
            Es una lástima que una fiesta se quede sin mezcal y sin música, algunos mal amados dan de tumbos buscando algún trago ausente de dueño; igual que afuera, en el cementerio, este quinto piso se ha impregnado de un halo de hesitación. Ya no son tus ojos ni ese puente de langostas los causantes de esta nube gris sobre la sala. En la cocina se han juntado todos. Me aparto de ti, te dejo cansada entre los amigos con los que charlas en el sofá sobre esa píldora nueva que venden en el mercado negro. Voy hacia el grupo de personas que debaten con intensidad en la cocina.
            Pero vuelvo enseguida, las luces se apagan y sólo vuelve a quedar una beta de luz morada que bordea el cementerio de tu blusa, la música vuelve a sonar con estridencia, nuevamente Depeche Mode, ¡qué buena rola!, siempre he querido decirte que me seduce tu piel marmórea al contacto de la niebla violácea. Pero no hay tiempo, me preguntas qué pasa mientras te tomo de la mano y me miras finalmente. Mal amados y odaliscas salen despavoridos; claro está, nunca dejaré que te sentencien a los grilletes en los muslos.
            Las últimas personas en llegar a la fiesta no eran invitados, te explico antes de emprender la fuga, realmente era banda que venía huyendo de la matanza en el cementerio. En el camino hacia el quinto piso, explican ellos, los policías antimotines y el escuadrón de exterminio detuvieron a unos cuantos jóvenes que portaban pancartas del Frente de Pueblos y del afamado Frente Oriente. El secretario de la defensa nacional, entonces, no dudó de que el levantamiento fuese provocado por el fuego de nuestra hoguera. En los noticieros declaran que agitamos a las masas y aseguran que la resistencia come con nosotros, en nuestra mesa. La pista de baile se ha quedado vacía, el escuadrón de exterminio viene a la fiesta, es momento de correr.
Mas no partimos de inmediato, en silencio quedan nuestras miradas, algo quieres decirme pero ya no hay música, ni cascada. Te quedas sin magia, cercenada de tu propio lenguaje igual que yo: absurdo y perplejo con la palabra infértil que no te alcanza, “No alcanzo tu cuello, /no puedo moverme. / Siento tus ansias. Pero tú también estás muerta. / Te me deshaces de tanta fatiga, / al contacto de mi mueca. / Nos arrastramos tratando de alcanzarnos, / pero cuando llegamos al sitio donde nos esperábamos, / ya no hay sitio, / ni cuerpos, / ni amor.”[2]


Fotografía: Eduardo Hernández. 




[1]             Los versos de Óscar Oliva son una constante en los muros de las prisiones, la cárcel que es toda la ciudad. La poesía también está en resistencia y no es mi culpa, es el estado de sitio y la cólera concentrada que nos heredaron nuestros padres.
[2] Cuando terminé de remontar los versos de Óscar Oliva tenías ya minutos de haber abandonado nuestra ciudad sitiada. Es verdad, fue un mal momento para ponerme a pensar en poesía. Corro en sentido contrario a las sirenas…

Los monstruos de Verónica Miranda, conjurados en un libro

Quienes han leído la poesía y narrativa de Verónica Miranda, a través de diversas publicaciones y antologías disgregadas en la escena de la ...