Toda
época de transición, coyuntura y profundas transformaciones, experimenta el
nacimiento, muerte y renovación de filias, fobias y maneras de pensar; cambios
que, si nos agarran en curva o con la mollera sumida, pudiéramos confundir con
novedosas y vanguardistas formas descubiertas por una generación de
“iluminades”. Sin embargo, y hasta el momento, el transcurrir de la historia
contemporánea sólo demuestra que los avances tecnológicos están por delante de
sentimientos e ideologías que se reciclan y que no terminamos por resolver,
quizá porque en ese amasijo de contradicciones que es el ser humano radique su
complejidad, más allá del orden matemático que paulatinamente gana en certezas
objetivas y universales. Así, con la masificación de internet y la exposición
de la vida privada, el terreno estaba puesto para hacer de las redes sociales
el nuevo espacio de discusión, organización y activismo alrededor de las más
diversos movimientos sociales, culturales, religiosos e ideológicos, incluida
la cuarta ola del feminismo que llegó de la mano de la cultura woke que “abogaba por los derechos
humanos de las minorías históricamente desplazadas por el machismo
heteropatriarcal de occidente (negros, gays, transexuales, indígenas, emos,
unicornios, un gran etcétera y… mujeres)”, sectores de la sociedad que
señalaron el vacío de poder y el Estado fallido que perpetúa la violencia en
sus diferentes formatos y escalas, lo cual nos lleva a la problemática mayor de
la injusticia y la impunidad, sobre todo en carpetas de investigación de índole
sexual, discriminación, equidad de género, salud reproductiva y otro largo
etcétera. O sea, un escenario donde la justicia por mano propia se vuelve
apremiante, incluso, exaltada.
Es en este contexto harto complejo y
polémico donde resurge la funa[1] como
parte de la cultura de la cancelación. Al respecto, Carol Schmeisser, en su
trabajo académico: La funa, aspectos
históricos, jurídicos y sociales, atina a diferenciar entre la funa
original[2], de
la “funa 2.0”, la cual despegaría en la década del 2010 de la mano del
movimiento #MeToo y que se
caracterizó por el activismo digital centrado en el combate a la violencia de
género. Para el año 2017, las funas digitales ya eran un fenómeno mundial que
habían rebasado las denuncias por violencia de género para abarcar toda
actitud, declaración presente y pasada, acción o forma de pensar que un sector
de la sociedad –sea cual fuere– considerara injurioso, criminal u ofensivo;
resuena entonces el concepto de “cultura de la cancelación”. Aquí cabe señalar
que mientras para unas perspectivas “funa” y “cancelación” se tratan de
fenómenos paralelos, pero diferentes, para este trabajo las funas digitales y
la cultura de la cancelación son conceptos dialécticos, pues se pueden entender
las funas 2.0 como una expresión localizada de la cultura de la cancelación, o
la acción de cancelar como producto de las funas; esto si se entiende la
cancelación como la define CasaMadrid Pérez:
fenómeno social que consiste en señalar, boicotear,
rechazar, excluir y condenar a individuos o grupos cuyas expresiones se han
vuelto ofensivas a los ojos de una cierta comunidad que los rechaza
enfáticamente. Se caracteriza por retirar el apoyo moral, financiero, digital o
incluso social a aquellas personas u organizaciones que se consideran
inadmisibles o fuera de lugar, como consecuencia de haber expresado comentarios
o cometido acciones contrarias a ciertas expectativas. (CasaMadrid, p.89)
Por otra parte, en el artículo Los mecanismos de la funa, Lucía Pi
Cholula, ya también advierte que la “funa es un aparato de vigilancia y control
social que desde hace años estamos dispuestos a aplicar a nuestros pares”[3]. Y
esto último en manos de una sociedad hipócrita que se regodea en el
linchamiento digital, es la pieza que hace falta para señalar la naturaleza de
fobias contemporáneas desarrolladas por figuras públicas y de autoridad, como
el escritor y el docente, ante el señalamiento, la persecución, el ostracismo
la cancelación y la autocensura.
Expuesto lo anterior, se entiende que
el escenario presentado no es el más propicio para libertad de expresión, mucho
menos para el disentimiento con los valores que rigen lo “políticamente
correcto”; tampoco venia o tolerancia ante el error –ya sea que se haya
cometido hace apenas unas horas o hace una década–, por lo que una parte de los
escritores ha preferido apegarse a las normas y temas que dictan la agenda
predominante, otros buscan esquivar las restricciones y los temas espinosos,
mientras que a otros –una minoría muy menor– les importa un carajo y hasta
encuentran divertido el festín que la masa canceladora hace de ídolos de barro
que ellos mismos encumbraron (como el que se andan dando con la funa del
“filosofo migajero” y su “desinteresada” esposa).
Siendo un tema muy extenso, este
espacio ha permitido, por el momento, un primer apunte de índole introductorio.
Sin embargo, sé que por el título del texto varios lectores han llegado hasta
este punto de la lectura esperando encontrar el chisme sobre mis propias funas.
Lamento desengañarlos, pues no es mi trabajo desmentir o aumentar el mito; ya
lo dice el vocalista de Gore gore gays:
“no existe la mala publicidad”, y si
es mala, es mejor. Y puesto que la sociedad del castigo y la vigilancia
pretende “personas puras, impolutas, próvidas; es decir, gente que no existe”,
afirmo que a estas alturas de los excesos, ser escritor y no estar funado por
una de las diversas razones por las que cualquier escritor puede ser cancelado,
es casi imposible, sino es que es hasta una contradicción, una rareza, quizá
hasta una carencia sospechosa en el currículum.
Material
consultado:
-Carol
Schmeisser C. La funa, aspectos
históricos, jurídicos y sociales, Universidad de Chile. Departamento de
Ciencias del Derecho, 2019, en: https://repositorio.uchile.cl/bitstream/handle/2250/170496/La-funa-aspectos-historicos-juridicos-y-sociales.pdf.
-Lucía
Pi Cholula, Los mecanismos de la funa,
Revista Común, 4 de mayo de 2025.
https://revistacomun.com/blog/los-mecanismos-de-la-funa/
-Raúl CasaMadrid Pérez, La autocensura como forma de violencia, Chasqui. Revista
Latinoamericana de Comunicación N.º 158, abril - julio 2025 (Sección
Monográfico, pp. 77-94), Ecuador.
[1] <<Es un hecho no muy conocido que
la palabra funa proviene del mapudungún y quiere decir “podrido”; “funan” es el
acto de pudrirse. En Chile se utiliza para nombrar el acto público de repudio
contra el actuar de una persona o grupo que ha cometido un acto que se La considera ilegal o injusto.>>
Carol Schmeisser C. La funa, aspectos históricos, jurídicos y
sociales, Universidad de Chile. Departamento de Ciencias del Derecho, 2019.
[2] <<El origen del concepto o, más
bien, de su utilización como la conocemos hoy, se remonta a fines del siglo XX.
Tras la detención de Augusto Pinochet en Londres en octubre de 1998,
manifestantes por los derechos humanos comenzaron a reunirse en vigilias
organizadas por la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. A
partir de estos encuentros [...] Comenzaron por compartir historias de la
violencia ejercida por el régimen de Pinochet en espacios públicos […] Además
de los crudos testimonios, la asociación comenzó a recibir notas anónimas con
nombres, direcciones y lugar de trabajo de partícipes de la violencia de la
dictadura. Esto llevó a la organización de las funas, protestas públicas en las
cuales se señalaba el nombre y los datos de la persona, y los crímenes
cometidos por él o ella.>> Ibidem.
[3] Lucía Pi Cholula, Los mecanismos de la funa, Revista Común, 4 de mayo de 2025.
https://revistacomun.com/blog/los-mecanismos-de-la-funa/
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