lunes, 30 de junio de 2025

Disección VI ¡Fúname más! Primer apunte sobre ajusticiamiento digital

 



Toda época de transición, coyuntura y profundas transformaciones, experimenta el nacimiento, muerte y renovación de filias, fobias y maneras de pensar; cambios que, si nos agarran en curva o con la mollera sumida, pudiéramos confundir con novedosas y vanguardistas formas descubiertas por una generación de “iluminades”. Sin embargo, y hasta el momento, el transcurrir de la historia contemporánea sólo demuestra que los avances tecnológicos están por delante de sentimientos e ideologías que se reciclan y que no terminamos por resolver, quizá porque en ese amasijo de contradicciones que es el ser humano radique su complejidad, más allá del orden matemático que paulatinamente gana en certezas objetivas y universales. Así, con la masificación de internet y la exposición de la vida privada, el terreno estaba puesto para hacer de las redes sociales el nuevo espacio de discusión, organización y activismo alrededor de las más diversos movimientos sociales, culturales, religiosos e ideológicos, incluida la cuarta ola del feminismo que llegó de la mano de la cultura woke que “abogaba por los derechos humanos de las minorías históricamente desplazadas por el machismo heteropatriarcal de occidente (negros, gays, transexuales, indígenas, emos, unicornios, un gran etcétera y… mujeres)”, sectores de la sociedad que señalaron el vacío de poder y el Estado fallido que perpetúa la violencia en sus diferentes formatos y escalas, lo cual nos lleva a la problemática mayor de la injusticia y la impunidad, sobre todo en carpetas de investigación de índole sexual, discriminación, equidad de género, salud reproductiva y otro largo etcétera. O sea, un escenario donde la justicia por mano propia se vuelve apremiante, incluso, exaltada. 

      Es en este contexto harto complejo y polémico donde resurge la funa[1] como parte de la cultura de la cancelación. Al respecto, Carol Schmeisser, en su trabajo académico: La funa, aspectos históricos, jurídicos y sociales, atina a diferenciar entre la funa original[2], de la “funa 2.0”, la cual despegaría en la década del 2010 de la mano del movimiento #MeToo y que se caracterizó por el activismo digital centrado en el combate a la violencia de género. Para el año 2017, las funas digitales ya eran un fenómeno mundial que habían rebasado las denuncias por violencia de género para abarcar toda actitud, declaración presente y pasada, acción o forma de pensar que un sector de la sociedad –sea cual fuere– considerara injurioso, criminal u ofensivo; resuena entonces el concepto de “cultura de la cancelación”. Aquí cabe señalar que mientras para unas perspectivas “funa” y “cancelación” se tratan de fenómenos paralelos, pero diferentes, para este trabajo las funas digitales y la cultura de la cancelación son conceptos dialécticos, pues se pueden entender las funas 2.0 como una expresión localizada de la cultura de la cancelación, o la acción de cancelar como producto de las funas; esto si se entiende la cancelación como la define CasaMadrid Pérez:

 fenómeno social que consiste en señalar, boicotear, rechazar, excluir y condenar a individuos o grupos cuyas expresiones se han vuelto ofensivas a los ojos de una cierta comunidad que los rechaza enfáticamente. Se caracteriza por retirar el apoyo moral, financiero, digital o incluso social a aquellas personas u organizaciones que se consideran inadmisibles o fuera de lugar, como consecuencia de haber expresado comentarios o cometido acciones contrarias a ciertas expectativas.  (CasaMadrid, p.89)

          Por otra parte, en el artículo Los mecanismos de la funa, Lucía Pi Cholula, ya también advierte que la “funa es un aparato de vigilancia y control social que desde hace años estamos dispuestos a aplicar a nuestros pares”[3]. Y esto último en manos de una sociedad hipócrita que se regodea en el linchamiento digital, es la pieza que hace falta para señalar la naturaleza de fobias contemporáneas desarrolladas por figuras públicas y de autoridad, como el escritor y el docente, ante el señalamiento, la persecución, el ostracismo la cancelación y la autocensura.

          Expuesto lo anterior, se entiende que el escenario presentado no es el más propicio para libertad de expresión, mucho menos para el disentimiento con los valores que rigen lo “políticamente correcto”; tampoco venia o tolerancia ante el error –ya sea que se haya cometido hace apenas unas horas o hace una década–, por lo que una parte de los escritores ha preferido apegarse a las normas y temas que dictan la agenda predominante, otros buscan esquivar las restricciones y los temas espinosos, mientras que a otros –una minoría muy menor– les importa un carajo y hasta encuentran divertido el festín que la masa canceladora hace de ídolos de barro que ellos mismos encumbraron (como el que se andan dando con la funa del “filosofo migajero” y su “desinteresada” esposa).

          Siendo un tema muy extenso, este espacio ha permitido, por el momento, un primer apunte de índole introductorio. Sin embargo, sé que por el título del texto varios lectores han llegado hasta este punto de la lectura esperando encontrar el chisme sobre mis propias funas. Lamento desengañarlos, pues no es mi trabajo desmentir o aumentar el mito; ya lo dice el vocalista de Gore gore gays: “no existe la mala publicidad”, y si es mala, es mejor. Y puesto que la sociedad del castigo y la vigilancia pretende “personas puras, impolutas, próvidas; es decir, gente que no existe”, afirmo que a estas alturas de los excesos, ser escritor y no estar funado por una de las diversas razones por las que cualquier escritor puede ser cancelado, es casi imposible, sino es que es hasta una contradicción, una rareza, quizá hasta una carencia sospechosa en el currículum.

 

Material consultado:             

-Carol Schmeisser C. La funa, aspectos históricos, jurídicos y sociales, Universidad de Chile. Departamento de Ciencias del Derecho, 2019, en: https://repositorio.uchile.cl/bitstream/handle/2250/170496/La-funa-aspectos-historicos-juridicos-y-sociales.pdf.

-Lucía Pi Cholula, Los mecanismos de la funa, Revista Común, 4 de mayo de 2025. https://revistacomun.com/blog/los-mecanismos-de-la-funa/ 

 -Raúl CasaMadrid Pérez, La autocensura como forma de violencia, Chasqui. Revista Latinoamericana de Comunicación N.º 158, abril - julio 2025 (Sección Monográfico, pp. 77-94), Ecuador.          

 

 

 

 



[1] <<Es un hecho no muy conocido que la palabra funa proviene del mapudungún y quiere decir “podrido”; “funan” es el acto de pudrirse. En Chile se utiliza para nombrar el acto público de repudio contra el actuar de una persona o grupo que ha cometido un acto que se La considera ilegal o injusto.>> Carol Schmeisser C. La funa, aspectos históricos, jurídicos y sociales, Universidad de Chile. Departamento de Ciencias del Derecho, 2019.

[2] <<El origen del concepto o, más bien, de su utilización como la conocemos hoy, se remonta a fines del siglo XX. Tras la detención de Augusto Pinochet en Londres en octubre de 1998, manifestantes por los derechos humanos comenzaron a reunirse en vigilias organizadas por la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos. A partir de estos encuentros [...] Comenzaron por compartir historias de la violencia ejercida por el régimen de Pinochet en espacios públicos […] Además de los crudos testimonios, la asociación comenzó a recibir notas anónimas con nombres, direcciones y lugar de trabajo de partícipes de la violencia de la dictadura. Esto llevó a la organización de las funas, protestas públicas en las cuales se señalaba el nombre y los datos de la persona, y los crímenes cometidos por él o ella.>> Ibidem.

[3] Lucía Pi Cholula, Los mecanismos de la funa, Revista Común, 4 de mayo de 2025. https://revistacomun.com/blog/los-mecanismos-de-la-funa/

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