Inhumación
celestial
…troza mis huesos
regresa mis brazos rodeando las rodillas
llévame al encuentro
con la montaña
abre
mis carnes
secciona mi
cabeza
y esparce mi grasa
sobre las rocas
Obsérvame partir
con los buitres
que me
regresan
a la polución del aire.
Midas zarpa de IO
Levar
anclas.
En el
puerto, astilladas marionetas agitan los adioses.
Una
moneda cae al mar y se oxidan los arrecifes.
Lentos
cadáveres emergen de la espuma.
El
que se va,
se
lleva en la médula la savia negra de un árbol,
higo
que nunca deja de ser semilla,
rata
que husmea el bubón de su herida,
plaga
en las islas tocadas por la luz del faro.
En
archipiélagos desconocidos,
aquellos
muertos se despiden de sí mismos
que
parten en una barca de caoba surcando geometrías imposibles.
Y no hay nadie que ataje el ojo de un
diamante.
Por
en encima de sus ausencias empaladas en relámpagos,
el
que se va arroja una moneda al sol truncado
y
agita el pañuelo al unísono hilo de sus muñecos,
en el
puerto de la isla emergida de su sien.
No hay nadie que atestigüe esta naturaleza
muerta.
Y el
galeón avanza,
en su
devaneo de murciélago marino,
hacia
un horizonte al que le ha arrojado la tinta de una lepra que diluye el
cielo.
Zarpa de Io
Angustia
Matutina
Tuve un sueño:
Una violencia melancólica,
una extraña certidumbre
del hado
me animaba a correr y
recorrer el interminable
laberinto; sin
poderme responder si era yo Teseo
o el Minotauro.
Virgilio se quedó a distancia
anticipando los
hechos.
Dante, sin embargo,
se acercó.
Tú estabas debajo
de un árbol gimiente
cuando el peregrino
preguntó sobre tu fatal error.
Mas nada
respondiste. Absorto y desesperado,
tenías las manos
insistiendo en arrancar la poesía
de entre tus
entrañas.
El vate guardó silencio
y siguió
de largo entre rocas y árboles gimientes.
Nadie
supo de quién eran los versos
porque era un absurdo país
sin poesía.
Pero yo escuché del
ahorcado
algo entre el estertor
parecido a un balbuceo,
quizá un recuerdo,
una promesa,
quizá un conjuro:
Verrá
la morte
e
avrá i tuoi occhi.
Arrepentimiento póstumo
El hombre ha dejado
el cayado junto al libro
y ha tomado el
arado y su hacha.
Ya no levanta
plegarias y
ha dejado en
silencio los antiguos, peregrinos mantras.
Ahora con
esposa,
con su pequeño
niño, su tierra y su casa,
el hombre cree
haber alcanzado la paz
que los manes le
prometieron en la noche de su advenimiento.
Sin embargo, y
aunque negarlo quisiera con todas sus fuerzas,
en su lecho una voz
sisea
el final de una
terrible fábula:
“Ya no eres árbol,
te arrancaste, te moviste,
te has negado, te
has secado.
¡Maldito, maldito
si aún crees que eres árbol!”.
Retrato
En el hueso la cicatriz
siempre granate,
afuera, un rostro apenas
desierto.
Gólgota la frontera,
la única patria es el cuerpo
del hombre,
la única realidad es la que
establece su mente con el mundo.
Fiel a su cita
–todo hombre ulcerado
del espíritu es prófugo–,
se le acusó en
juventud del crimen al que condena la miseria,
entre la gente del
pueblo y los beodos se le creyó un líder zelota.
los cristianos lo
maldijeron con la señal de “El liberado”,
la mujer que le
atendía mesa y lecho lo abandonó
al suponer que
estaba poseído por el espíritu de un mesías crucificado.
En un cofre de odio
secreto guardó el recuerdo de una mujer de labio
leporino, el hijo muerto de ambos
y un balbuceo
como alegato en el
momento de la lapidación.
Lázaro lo halló igual al resto de los hijos de
Adán:
excepcional en
nada.
Compartió con él la
hogaza sin cebada
con emboque a
cadáver que iguala a los mortales.
Maldito desde el
vientre,
en la guarida de su
hígado ya asomaba el
futuro fantasma cainita del parricidio.
futuro fantasma cainita del parricidio.
Unánime entre los
eruditos de quimeras es que su único crimen famoso fue participar en
el gran incendio de Roma.
Después, nada o
poco se escribe de aquella sombra de la ficción
que posee algo de
todos los hombres.
Sólo Pär Lagerkvist
aventura un drama divino,
la vida de un
hombre reducida a un acto, un signo:
Fiel a su cita,
el criminal deja
que el procurador romano tache el nombre de su dios que al reverso de
su placa de esclavo inscribió el amigo
que habrá de ser
crucificado,
mientras él libra
nuevamente el suplicio.
Después de la
delación
ya
nada lo une con nadie.
Decenios después de
su segunda absolución,
sólo un evangelista
entendió la profunda
soledad del viejo
incendiario cuando
coincidieron en la misma celda y,acedo,
mientras miraba los ojos hundidos reconociendo a Barrabás,
coincidieron en la misma celda y,acedo,
mientras miraba los ojos hundidos reconociendo a Barrabás,
sentenció:
“es un desdichado,
dejadlo en paz…
no se puede juzgar
a un hombre por no tener Dios.”