Después de un par de
meses en que no he visto a mi hermano, luego de un mes de aislamiento a causa
del coronavirus, pues lamentablemente él se contagió en su trabajo, lo he
vuelto a ver ayer y después del bajón y de la larga charla, al momento de la
despedida me ha pedido que haga un espacio el fin de semana para ir al cine (ya
poco antes de la pandemia había perdido el hábito de frecuentar los cines para
pasar directamente a las páginas piratas en mi lap y evitar los traslados y,
sobre todo, la gente) para ver la nueva versión de la película basada en el
mítico videojuego Mortal Kombat.
Y anda que ahí viene en un instante
el madrazo del tiempo como un uppercut de esos que te vuela la cabeza estilo
Jhonny Cage (ya sabía del chisme de la película pero no me había detenido a ver
los trailers ni nada al respecto).
Espérate cabrón, ¿una nueva película
del videojuego que marcó mi insignificante y putrefacta infancia con un nuevo
personaje sin precedente alguno en los más de once títulos del juego, diseñado
para amarrar a las nuevas generaciones? ¡Verga! ¿Pues cuánto tiempo ha pasado?
Mi nuevo poder adquirido de memoria de chavorruques se pone en alerta, los
recuerdos se agolpan y la cantidad de ellos se contrapone a la enfermiza
impresión de sentir “como si apenas fuera ayer”… uta madre, no sólo comienzo a
pensar como ruco sino que empiezo a actuar como uno, pues provocado por la
invitación de mi hermano, por la película que para la franquicia de los
fatalities vendría a ser su tercera transición generacional y para mi un
preámbulo de la cuarta, vengo a instalarme ante el teclado para revelar una
entrada más de la memoria de este chavorruco de Ojo Sin Párpado.
Para inicios de 1993 era un imberbe
mocoso de nueve años que tempranamente aprendí el arte “cortar los clavales”
por cada mandado a las tortillas, los bolillos, el refresco, las verduras,
etc., a todo le aumentaba 10, 20 o 50 centavos (en ese año acababa de entrar en
circulación el nuevo peso mexicano y estábamos a la entradita de una de las
peores crisis económicas… pero yo qué fregados iba a saber de eso, si mis
preocupaciones era que no me hicieran bolita en el salón de clase frente a
Fernandita, no perder los pocos pesos del lunch jugando a las canicas, hacer mi
tarea y juntar para el arbitraje del partido del fútbol del domingo ), para
aprovechar las tardes de juego y salir disparado rumbo a la tienda de la
esquina que tenía en la entrada dos maquinitas o arcadias con las últimas dos
novedades del momento en nuestro país (para en ese momento las “novedades” del
viejo continente, niponas y gabachas,
todavía llegaban con meses o años de atraso): Sunset Riders (sí, el juego de
disparos con cuatro vaqueros de trajes y balas con colores ultra chillantes) y Mortal Kombat. Obvio, ahí se juntaba la
barriada y los morros más grandes se agandallaban las maquinitas, si era el
caso no me tocaba de otra más que mirar o esperar el turno para echar la reta,
de la que generalmente salía perdiendo.
Mi amigo Jorch, un amigo de mi misma edad, me llevaba a otra tienda
donde tenían la maquinita de Contra y Súper Mario World 3, pero no era lo
mismo, irremediablemente volvía Mortal Kombat, que por mucho superaba en mi hit
al afamado Street Figther II.
Los tiempos del agandalle y la
espera en las maquinitas de la tienda y en las chispas de los centros
comerciales (centros de entretenimiento –para algunos de culto, me incluyo–que
han ido desapareciendo como lo hicieron los blockbusters y los videocentros)
terminaron cuando mi padre me regaló un Súper Nintendo. Poco tiempo después
llegó a mis manos el cartucho de Mortal Kombat y entonces me volví el pinche
amo. Claro, del barrio no era el único con una consola, así que era tradición
que entre la morriza que teníamos el chance de tener un súper Nintendo en casa
(es decir, jefes que nos las patrocinaran), intercambiábamos en préstamo los
cartuchos, y como el mío era uno de los más solicitados, me daba el lujo de
agregar condiciones extras como: dos cartuchos por uno, algún truco o
contraseña del juego en turno, un cargo extra de cinco pesos por el préstamo, o
cualquier otra cosa que me instinto bisnero me indicara.
Fue en uno de esos trueques que un
vato me prestó un casete junto con un número de la revista Club Nintendo. Al
llegar a casa y después de media hora de jugar un nefasto juego de carreras,
dejé a un lado el control y abrí la revista. No sólo se trataba de trucos y
novedades sobre el emergente y apabullante mundo de los videojuegos (para
finales de 1993 Sony se preparaba para entrar al mercado con la primera Play
Station, mientras Nintendo detallaba el proyecto Ultra 64 que finalmente
conoceríamos en 1994 como el Nintendo 64), también habían secciones sobre
avances tecnológicos, preguntas y respuestas, curiosidades sobre el desarrollo
creativos de los videojuegos, así como una sección que me gustaba bastante que
consistía en explicar, más bien traducir, la historia y final o finales de los
videojuegos, ya que prácticamente y por obvias razones, todos los videojuegos
estaban subtitulados y hablados en inglés.
Pronto
me hice asiduo lector y durante el transcurso del mes ahorraba los diez pesos
que costaba la publicación. Así transcurrieron algunos meses entre la escuela,
los juegos con los amigos de la cuadra (chismógrafo, coleadas, hoyo, soccer,
cebollitas, etc.,), los videojuegos y las revistas de videojuegos y
dinosaurios. Hasta que en Agosto de 1993 pude presenciar en las arcadias y en
toda su gloria el tan esperado Mortal Kombat II. Entonces sí que explotó mi
cerebro, aquello era genial. MK era bueno, sí, el inicio de una gran saga, pero
MK II fue la entrega que realmente le dio personalidad al videojuego. Ed Boon y
John Tobias habían logrado la mejor secuela para un juego de peleas. A partir
de ese momento se desbordó la mortalmanía en mí, y en septiembre de ese mismo
año Club Nintendo anunciaba la llegada de Mortal Kombat II para el Súper Nes, y
para el número de octubre ya había todo un reportaje en el que se aseguraba que
la traslación del formato arcade a la consola de 32 bits conservaba todas las
características del original. Estaba emocionado.
Cuando
lo jugué por primera vez en mi casa, solo, no sabía lo importante que se
volvería para mí ese juego, en conjunto con la revista ya mencionada, por dos
razones: la primera por el juego en sí mismo. Los personajes, los escenarios,
el grado de violencia (los fatalities marcaron un antes y después en los
videojuegos de peleas), la música y el diseño artístico empleado me fascinaron
e impregnaron mi precoz gusto por lo lúgubre y la fantasía, y porque fueron
horas de diversión que compartí con mi hermano y mis amigos. Y en segunda,
porque poco tiempo después en un número de Club Nintendo encontré la historia y
los finales de los personajes de Mortal Kombat II, de los que ya tenía esbozos
por mis horas de juego. Sin embargo, al leer me percaté inmediatamente que se trataba
de una historia más compleja y rica de la que imaginé en un principio. Estaba
ante un universo nuevo donde la tierra se veía amenazada por un mundo de otra
dimensión, un mundo que ya había absorbido a otros mundos y reinos, una línea
argumental que entreveraba personajes de otras especies (shokans, raptors,
tarkatanos, seres espectrales, entre otros) así como intrigas de antiguos
clanes, emperadores fascistoídes, conspiraciones entre brujos, hechiceros y
dioses, así como entre humanos que se dividían en los protectores de la tierra
y los aliados al outworld, escenarios fantásticos y mucha violencia. Estaba
ante lo que me parecía una gran historia, pero claro, se trataba de un
videojuego de peleas, no de un RPG o de un libro de aventuras, por lo que el
hilo argumental me fascinaba pero no era prioritario para el juego, por lo que
encontraba huecos en la historia que yo empecé a llenar en mi imaginación. Ya
no me bastaba sólo saber lo que el videojuego mostraba de los personajes y sus
historias, sabía que el universo MK también existía en cómic, pero me era
inaccesible. Hasta que sucedió que aburrido y fastidiado, tomé un cuaderno
tamaño profesional, un bolígrafo y bajo el influjo de Scorpion, Raiden, Goro y
los antiguos dioses, comencé a escribir la historia de una batalla y de un
conflicto entre cinco reinos de una realidad mítica. Cuando releí por primera
vez las tres primeras hojas de lo que había escrito, pude ver a los personajes
y las escenas, me gustaba lo que veía y sentí la necesidad de seguir
escribiendo. Así lo hice en los días consecutivos que se volvieron semanas,
luego meses, hasta que me terminé las hojas del cuaderno. Era un mocoso de casi
once años, ¿qué iba yo a saber que a la postre de los años terminaría dedicando
mi vida a la literatura (ajena)? Bueno, pero esa es otra historia.
En
1995 llegaba a los cines Mortal Kombat la película. ¡Utaaaaa madre! Entonces mi
padre, que andaba de “queda bien” porque hacia poco se le había venido el
teatrito abajo con su “capillita”, ni tarde ni perezoso aprovechó un sábado por
la tarde para llevarnos al cine. En ese momento, a final de cuentas un niño,
poco o nada pensaba en los problemas de mis padres, yo estaba fregonamente
enajenado en el mundo de la fantasía: los juegos, las revistas, los primeros
libros y los amigos del barrio. Ahora se sumaba la escritura y el estreno de la
película de mi juego favorito.
La
película resultó ser un churro infumable, pero a mí me salvaba los últimos
dejos de inocencia y mi mortalmanía. Esa tarde yo la había pasado poca madre.
Había estado con mi padre, mis hermanos y se había pegado mi amigo de aula y de
juego, el buen Víctor alías el “were were”, después fuimos a comer hotdogs y
hamburguesas y a mi amigo y a mí todavía nos alcanzó la euforia para rematar
con unos combates de MK II.
La
franquicia de los friendships y babalities logró con su segunda entrega no sólo
un juego memorable, sino que fue el inicio de una marca que sigue lucrando con
morbo, violencia y sangre, hasta nuestros días, no obstante haber pasado por
difíciles momentos en que se daba por muerta la saga, gracias a nefastos
títulos para diferentes plataformas, hasta que con MK IX el torneo del dragón
volvió a la vida.
A
mí me pasó lo que me tenía que pasar. Seguí jugando mientras seguía creciendo,
llegó MK 3, Ultimate MK 3 y MK Mithologies: Sub Zero, que fue hasta donde me
quedé, pues ya en ese momento empezaba a perder el interés por los vídeojuegos,
ahora estaban más presentes los libros, la música, el cine, las chicas. Me
alejé de las consolas hasta que pocos años atrás me sorprendió el MK IX para X
Box en casa de mi hermano y no me pude resistir, volví a tomar el control.
¿Qué
si voy a ir al cine con mi carnal? Claro que sí, pero no porque espere algo de
la película, no porque me interesen los efectos especiales o si por fin le
harán honor al universo MK con una película digna, no porque vaya a regresar
casa a jugar con la nostalgia eufórica de los viejos tiempos. Iré simplemente
por el gusto de pasarla bien con mi carnal, y para cumplir con este cursi
ritual de chavorruco que ha motivado el vómito de estas letras. Que otros se
encarguen de reseñas y críticas especializadas. Yo sólo pasaba por aquí para
recordarte que el tiempo es un fatality perfecto.