En Tuxtla Gutiérrez y
otros municipios del mosaico multicolor que es Chiapas, se rebosa de poetas de
todos los estilos. Poesía indígena en sus lenguas maternas, poesía popular,
poesía académica, vanguardista, comprometida, costumbrista, feminista, etc., la
“paradisíaca” entidad tiene una amplia oferta poética en la que todas las
formas, todos los colores, todos los sonidos se entrecruzan y corresponden. Es
por ello que no resulta extraordinario que los acentos lúgubres y violentos
también tengan sus representantes y su búsqueda. Lo sobresaliente, en este caso
y bajo el colorido escenario, es hacer de la muerte –leitmotiv imperecedero– un
lugar dinámico desde donde parte la experiencia poética, desde donde parte la
esperanza. Chary Gumeta (1962) es de las pocas poetas chiapanecas que goza de
las delicadas herramientas poéticas para convocar a los muertos y sus voces.
Nigromancia de luz es quizá la propiedad más sobresaliente del poemario Veneno para la ausencia, primer libro
que compone la antología poética Como
plumas de pájaros de Chary Gumeta (Prólogo de Socorro Trejo Sirvent), y que
recopila plaquettes y poemarios que se han publicado en el extranjero y a nivel
nacional, en diferentes momentos del andar de la poeta oriunda de Villaflores.
            Compuesto por veintidós poemas, Veneno para la ausencia es un poemario equilibrado por el tema de
la muerte, el tono intimista de los poemas y la peculiaridad de las imágenes donde
lo fantástico y lo popular se entreveran. Pero en el ámbito de la poesía
nacional, el poemario cobra relevancia por su tratamiento de la temática de la
muerte. En el poemario, la muerte se presenta como un espacio habitado por
fantasmas, un terreno desde el que la voz poética plantea sus ausencias, sus
recuerdos, sus dudas, sus verdades y convoca a sus muertos para hablarles en
ese lenguaje lumínico –“una perla diáfana y blanca”– sólo asequible para los
que han pasado el umbral de la existencia. El espacio de la muerte, como ya he
apuntado, es un espacio dinámico en el que se encuentran los amigos, los
familiares y las ausencias. Rosario Castellanos, la abuela, la hermana, ahí
están, hombres y mujeres a los que la voz poética llega sin llegar; la nigromancia
poética exige lo mismo que a Orfeo: no voltear a ver a los muertos, sólo
escuchamos y compartimos la voz, la poesía como ese pequeño consuelo que intenta
llenar ausencias, huecos. Sin embargo, en este espacio familiar que es la
muerte queda también consignadas algunas de las características de la pluma de
Chary Gumeta: el arraigo, la tradición, y un hondo reflexionar y sentir la vida
desde un existencialismo donde la libertad, la responsabilidad y el sino de la
vida están presentes gracias a su tono intimista, tono que nos permite, a
partir de personajes que pertenecen al mundo de la voz poética, reflejar o pensar
en nuestro panteón personal.   
            La muerte como símbolo de la ausencia es también el
espacio donde el vivo siente y penetra en su soledad. “Dolor de no tenerte”,
dirá la voz poética para aseverar que la ausencia, como la muerte, no es un espacio inerte, en la ausencia no se puede mitigar el dolor, “es como un
hachazo al árbol / como arder en penumbras de muchos soles”, en el dolor de la
ausencia está el insomnio, el vacío, el recuerdo que es nostalgia y la
nostalgia una llaga que contiene el peor de los padecimientos: “tu nombre
impregnado en la memoria”. En términos de lenguaje, la ausencia le permite a la
poeta indagar en versos donde está involucrado el cuerpo y su sensibilidad, la
pérdida se revela en los labios, en el aliento, en las manos, en los recovecos
del cuerpo, esto impacta directamente en versos de un sensibilidad aciaga donde
lo fantástico hace su aparición para involucrar los sentidos: “Entonces, sí,
Marcela, / lluéveme con ganas / y derrama sobre mi cuerpo el azul de tu
mirada.”
            Sensibilidad en contacto consiga misma y con el exterior,
resulta obvio que Chary Gumeta no pueda escapar del influjo de los eventos
sociales que permean a nuestro país, sobre todo cuando estos eventos van de la
mano con la tragedia, la violencia y el abuso de poder en una sociedad que
tiende a la deshumanización acelerada. Entonces la pluma de la poeta sureña consigna
la muerte de los otros: los suicidas, las víctimas de la fatalidad y las
víctimas de la democracia fallida que es México. En poemarios como Voy al norte con el viento sobre el rostro,
Poemas muy violetas y También en el sur se matan palomas, es
notorio que Chary Gumeta acomete una poesía comprometida con toda la intención
de dar testimonio de las injusticias y absurdos, señalar a los culpables,
denunciar las atrocidades y consignar el recuerdo de migrantes, victimas del
crimen organizado, presos políticos y, en fin, el rostro de un país deteriorado
por la desigualdad, la corrupción, la pobreza y la violencia; sin embargo, ya
en Veneno para la ausencia esta
preocupación por el contexto social ya se apuntala con tres poemas de excelente
factura: “19 de septiembre de 1985”, “Para un suicida” y “Mamá. En el terreno de la muerte, “Para un suicida” es un poema que
funciona como espejo en el que se refleja el conflicto de la contradicción
humana. Todos tenemos algo de suicidas “porque vivir sólo ha quedado / en el
libro de la vida”. Efímero y doloroso el humano, la pluma de la poeta, con un
guiño irónico, nos señala la compleja naturaleza –y exclusivamente humana– de la
autodestrucción. Por otra parte, “19 de septiembre de 1985” es un evidente
homenaje a los sobrevivientes y a las víctimas del emblemático terremoto que
sacudió a la ciudad de México. Sobresale no sólo por la propuesta del tema,
también y sobre todo por el retrato lúgubre de una ciudad en ruinas a la que se
le revela el rostro de la muerte. Por último
“Mamá, texto que cierra el poemario, es quizá el poema más emotivo de este
primer conjunto. Dedicado a Alexander Mora Venancio, estudiante de la Escuela
Normal de Ayotzinapa y desaparecido desde los sangrientos eventos de la noche
del 26 de septiembre de 2014 en el municipio de Iguala, Guerrero. En el poema,
la pluma de Chary Gumeta cede la voz poética al mismo estudiante que desde la
oscuridad de la muerte se dirige a la madre que no ha cesado en su búsqueda. El
poema es efectivo porque, a diferencia de los muchísimos poemas que se han
escrito al respecto, la poeta logra incidir en capas muy íntimas del dolor
humano: las palabras de los muertos que tratan de llegar a los vivos para
otorgar el consuelo que no encuentran. Es imposible no recordar con el poema de
Chary Gumeta a las voces muertas de Juan Rulfo en su Pedro Páramo, sólo que el recurso de prestarle voz a los muertos
adquiere matices desgarradores cuando se trata de voces que fueron acalladas en
una realidad que avasalla a la ficción. Reitero, profundamente humano, el poema
destaca por su sencillez, efectividad, emotividad e inesperado final.
            Se puede seguir ahondando en el tema de la muerte en este
poemario, así como en el resto de los libros que conforman la antología de
Chary Gumeta, ya que la muerte como la rabia, el compromiso, la melancolía y lo
fantástico, serán motivos y recursos que se mantendrán y crecerán en el resto
de sus poemarios. Sin embargo, para un primer acercamiento a la poesía de esta
autora a través del tema de la muerte, que es sólo un rasgo de sus intereses y
horizontes poéticos, basta con este breve apunte y la selección de algunos
poemas que complementan lo aquí expuesto. Por último, sólo resta señalar que
una poética, naturalmente, la conforman tanto los temas como las herramientas
lingüísticas que son aplicadas al poema, Chary Gumeta es una poeta fuera de lo
común porque se decidió a hundir las manos y el pensamiento en motivos
complicados a nivel técnico, y muy desgastantes a nivel mental y emocional. Entablar
un diálogo con los muertos es una tarea complicada sólo apta para quienes
tienen un amor profundo a la vida y las pequeñas cosas que la conforman. Me
atrevo a aseverar que ese amor profundo a la vida caracteriza a Chary Gumeta
como persona y como poeta.
Selección de poemas de Veneno para la ausencia:
Por
la calle va brincando
una
perla diáfana y blanca
hace
ruidos que sólo escuchan 
los
muertos. 
Por
hoy,
quiero
dormir y despertar cuando 
tenga
nietos, para jugar. 
A
menudo he dicho que cuando muera, 
no
quiero que me entierren en el panteón, 
tendré
mucho miedo de estar a solas
con
los muertos, deben realizar mis funerales
bajo
un árbol frondoso, con muchas ramas, 
para
salir de cuando en cuando a sentarme
bajo
su sombra y mirar a la gente que se cobija con él. 
Tampoco
quiero que se afanen en cerrar 
mi
caja, deben dejar una rendija 
para
el aire fresco, los rayos del sol 
y
aventurarme en la mirada. 
19
de septiembre de 1985
A
ellos, quienes despertaron en otra dimensión
por
un bostezo de la Ciudad de México
Persigo
al viento por las calles 
como
loca en el desierto-hombre
las
campanas gritan, 
muestran
cicatrices cuando callan.
El
insomnio titila en el andamio
corrigiendo
a sus ojos su cerrado;
sus
rostros descansan invisibles
en
el quicio de la ciudad de los perdidos. 
Las
imágenes del fondo no son reales.
Son
quemaduras de luciérnagas actuales 
que
escriben con sus pasos grandes males 
entre
edificios y fierros reducidos. 
Sangran
los pies, sangran las manos, 
los
cuerpos se retuercen iluminados 
con
la eternidad a cuestas 
en
la angustia que se agrupa en la avenida, 
una
pausa los detiene
los
abandona en los puños de la muerte.
El
aliento congela la vida
las
nubes lloran sin consuelo 
un
ave atraviesa los sueños
derritiendo
la voz de la desesperación 
en
nocturnas y tristes amapolas. 
Congestionado
el lienzo de los muertos 
caminan
malheridos sobre el polvo del silencio, 
pensando
en las huellas moribundas 
y
en el humo espeso que se encuentra en su cabeza. 
La
ciudad duerme tras un bostezo 
para
volver hasta que despierten los justos.
Dolor
de no tenerte 
Para
mi querido amigo Ulises Mandujano, el Che Garufas
No
quiero compartir con nadie tu partida 
no
quiero desocuparme de recuerdos 
ni
participar en rezos de luces de Bengala. 
Mi
pensamiento atraviesa los desiertos
con
sobresaltos de antaño
que
acarician el velo de vivencias. 
Te
confieso afligida que mis lágrimas 
no
son visibles a la luz. 
No
me culpes por soltar palomas en octubre
para
atravesar las nubes caprichosas 
ni
tampoco me digas 
que
los muertos entierran a los muertos
para
darme consuelo de cigarras. 
Tengo
una gran herida 
que
no puede ser curada con caricias de flores 
un
vacío 
que
no llena ni el sol del paraíso 
una
pérdida 
que
no se sufrió ni el diluvio. 
Resucito
a ratos 
y
ese pesar que me lastima 
sigue
hilvanando la orilla de mi corazón. 
No
puedo mitigar el dolor 
es
como un hachazo al árbol 
como
arder en penumbras de muchos soles 
un
vacío fúnebre de oscuridad eterna. 
No
puedo respirar 
un
nudo atraviesa mi garganta 
con
lágrimas perpetuas de tristes despedidas. 
Qué
dolor de no tenerte 
qué
dolor por haberte perdido en el bosque de los sueños
qué
dolor de no volver a respirar tu mismo aliento. 
Todo
queda suelto, volando sobre el limbo 
desmenuzándose
en ese dolor atroz para los vivos
vociferando
grandes males para el mundo,
conteniendo
la mirada con perlas de aguatinta 
en
un fluir constante de eternas despedidas 
en
un decir adiós, quedo y silencioso
en
una despedida ya tempestuosa ya pausada
con
un dolor agudo y angustioso. 
Y
en esa suerte de insomnio sonideros 
quedarán
a la intemperie dolores solitarios 
mitigándose
en el remanso de la tarde 
con
tu nombre impregnado en la memoria. 
Para
un suicida 
La vida se acaba
hasta que se
acaba 
para
Marco Fonz
Escucho
voces 
de
edades distintas 
es
evidente que mi oído 
aún
descifra la transparencia. 
Cada
edad tiene una experiencia acumulada 
que
entierra el alma cada día 
pretendiendo
existir
porque
vivir sólo ha quedado
en
el libro de la vida. 
Es
tan absurdo el suicidio 
como
una tragedia brutal 
e
incomprendida 
donde
vivir está prohibido. 
Morir
es libertad
¿entonces
para qué vivir?
Cortar
de tajo 
mientras
las estrellas brillan en el cielo 
y
hace buen tiempo para volar. 
Hay
cierta lucidez en el suicida 
su
impensado hecho y confuso motivo 
le
dan la fuerza
para
no seguir vivo. 
Para
Alexander Mora Venancio,
estudiante
desaparecido de la Escuela Normal de Ayotzinapa
“Mamá
en
esta oscuridad en que me encuentro 
pienso
en ti y en tu inconsolable llanto 
por
saberme perdido. 
En
este silencio estoy angustiado 
porque
no sé nada de ustedes. 
Déjame
que te cuente 
que
en esta soledad 
ya
soy amigo del viento y de la noche, 
que
el día me sirve 
para
recordar tu rostro, el de papá 
y
el de mis hermanos. 
Mamá
aquí
sólo puedo andar a tientas, 
no
me encuentro, 
no
sé en qué momento 
me
extravié de tus ojos y de tus manos, 
no
escucho tu voz. 
Mamá,
por
favor, no dejes de buscarme 
que
estoy ansioso por volver a tus brazos, 
por
volver a soñar junto a ti. 
Diles
a mi padre y a mis hermanos 
que
perdonen a quienes nos quitaron la vida 
y
nos causaron lágrimas”. 
Ficha: Chary Gumeta, Veneno para la ausencia, en Como plumas de pájaros, Antología poética,
CONECULTA-CHIAPAS, México, 2016.  
 
 
 
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