El halo de luz morada pasa rápido sobre el cementerio
estampado de tu blusa. Un trago frío, el espíritu del alcohol aviva la
percepción de tus ojos bailando al ritmo de Enjoy the silence. Depeche
Mode difícilmente pasará de moda mientras en las fiestas sigan sirviendo
anfetaminas, whisky barato y Salomés vengativas sigan llenando los
despostillados tarros de cerveza de los mal amados. Un poeta, es decir otro mal
amado, sostiene, con la finura de quien escribe sobre el torso desnudo de una
amante burguesa, que en realidad no hay tales incapacitados para el amor sino
la carencia de dólares para embellecer versos, crear ficciones. Como sea, todos
los hombres somos lo mismo: parias bífidos que pasan la lengua de sus ojos por
el contorno de sombra neón que se desprende de tu cuerpo en movimiento. Este es
un mal lugar y un mal momento para pensar en poesía y dinero, pero tampoco
quiero pensar en la distancia de tus pasos tránsfuga, en las puertas del
subterráneo cerradas, las calles cercadas por retenes militares; mucho menos
regresar al recuerdo de los grilletes en los muslos. No tengo ni un centavo en
la bolsa para invitarte una cerveza.
Los segundos siguen imperceptibles detrás
del ritmo de bits y guitarras,
la música es un puente que te saca de este quinto piso desde el que se observa
un cementerio de cruces níveas en la punta de una llave. Casi se podría afirmar
que la pulcritud es la misma de un mausoleo helénico. En sus muros parece haber
fiesta, como si ésta alegría etílica también los invitara al espejismo del
Caribe extinto. Pero no es fiesta, ¿qué, cómo diablos se puede festejar después
de la matanza de los elefantes? Nada se obsequia allá y el frenesí musical de
ésta fiesta sigue sosteniendo un puente infranqueable entre tu delgada llama en
movimiento y mis palabras:
Escolopendra
Emet
Fuego
Ollin
A mi lengua, extremidad con el universo,
le han cercenado la magia adánica. Negras crisálidas escupo cuando quiero hacer
escuchar, por encima de la estridencia jovial, tu nombre. No me miras, por un
momento siento escamas en la piel y levanto el asedio de mis ojos.
Aquí adentro, reptiles sobrevivientes
apaciguados bajo una nube cargada de onirismo, allá afuera una horda de jirones
humanos, más zombis que hombres, que han roto el ensueño de su televisor y se
estrellan con bríos de alce metálico contra los muros marmóreos del panteón
dedicado a los héroes de la democracia.
¡Eso sí es una buena
bacanal!
Grita un neohippie desde la ventana
confundiendo su aguardientosa voz con un solo de saxofón que tú disfrutas en
solitario; trato de seguirte incapaz de leer la intención del sutil devaneó con
el que te entregas a la combinación de guitarra y sax, sin que lo sepas eres
posesa de un cuento por ti narrado en el que te delatas caracol. Ni yo mismo sé
cómo pasamos de los Smiths a Caifanes con Quisiera ser alcohol.
¡No mames, esos
cabrones se quieren aspirar a los muertos… la coca de la sagrada democracia!
Vuelvo a la ventana. Me gustaría
preguntarte si alguna vez contemplaste la pintura de Los funerales del poeta
Oskar Paniza, de George Grosz, o si en algún momento escuchaste Sinfonía
para cólera y revolución. Discurso para ratas en tres tragedias del moderno
“Kostalkolnikof”. El tumulto en el cementerio tiene mucho de ese carnaval
siniestro, uno sobre otro los zombis se agolpan mecánicamente sobre los muros,
la piedra cristalizada es un crujir al chisporrotear de un fuego incontenible
que se asoma en los ojos, en el aliento inerte de un solo monstruo: la masa
amorfa.
Y ahora,
aunque quisieras ver lo que aquí acontece, tendrías que recuperar el hilo de
oro que nos robaron en el laberinto para volver de ese mundo que sólo tú
nombras. Atrás de ti un girasol con dorso de sirena se escapa de tu ritmo de
sangre, sin querer advierto la cadencia de una música volcánica, mineral. No sé
de qué mano ingrávida provienen las perlas que vienen a dar a esta porqueriza.
Del árbol cae una pera que antes de impactarse se vuelve cascada. En un rincón
del mundo sin agua las lajas recuperan su corazón de jade.
Sin embargo, ese sonar de caracola no proviene del
silabario de tu danza. No puede, no podría ese crujir de huesos emerger de ti.
Los muros de coca han sido quemados y es el asalto del hambre el que suena a
tambor de guerra.
Alucinas
poemas con plumajes de quetzal y oquedades en cuevas submarinas para el sueño
de las ballenas; en algún documental escuché que en geografías así descritas se
había fecundado la vida.
Al mismo tiempo, las agencias de seguridad
privada dan la señal de alerta a sus amos y los sepulcros de cocaína, que en
realidad son bunkers revestidos con imágenes de la santa muerte tallados en
marfil, se abren de par en par para que de ellos emerja el clásico desfile
militar del 16 de septiembre que encabeza la virgen desnuda de Guadalupe. Los
altavoces son tomados y retumban entre las ruinas de la ciudad vestida de seda.
Los discursos y las ofertas celadas devoran la música, mas tú quedas suspendida
en la canción que emerge de ti y la promesa de una montaña estrellada convoca a
los reptiles, vuelvo a sentir la piel escamada e intento no perder el rastro de
tu deslizar silábico, tu cuerpo.
Los tanques y los grupos antimotines toman
posición para despejar el cementerio, los altavoces vomitan promesas que son
respondidas por guturales voces disonantes, la indignación se inflama bajo una
torre babilónica donde nadie se entiende. No nos entendemos, nos negaron el don
de una lengua común, unos hablan con el hambre, otros reciclan la arenga
política, muchos más sólo han venido por el oro blanco y yo aquí, expectante,
anónimo y esquivo, con un lenguaje infértil que no te alcanza “las palabras no
sirven para nada. / Sólo sirve el odio, / una mano sobre un libro, / una
pintura que nombra lo indecible, / una mujer con un libro entre las piernas.”[1]
“No hay negociación posible”, afirman los
altos dignatarios, “México es un país que se guía a través de las
instituciones, mismas que ustedes han violado. Bajo esa amenaza, el Estado no
puede más que responder con la fuerza que la ley le garantiza.” Afuera llaman a
las armas, gritan “guerra”, tú enuncias “tierra” y el desierto se nos revela
apenas en una duna sugerida en el pensamiento. Tus brazos, serpientes carmesí,
versan sobre un eclipse y un diluvio que quedó registrado en algún muro de la
extraviada Atlántida; en el cementerio alguien ha lanzado la palabra que
autoriza la bengala de la muerte:
Tú dices “Mantis”…………… una ojiva destroza la primera línea
enemiga
Pronuncias “Alba”…………..entrañas reventadas en el estruendo
“Miel y Junco”……………..sobre la armada pobre llueven granadas
“Árbol de la vida”…………… plusvalía de la guerra
“Secreto del viento”…………..monumento de cráneos para un dios
enano
“incienso-silencio”……………. ¿La paz de los muertos?
Humaredas de
estandartes caídos se filtran por la ventana. Por estar absorto no había
reparado en que han llegado más invitados. Ahora todo es absoluto silencio sólo
interrumpido por hormigas inmediatamente dispuestas a reparar los muros
derribados, barredoras dentadas apartan los cuerpos masacrados y algunos gritos
aislados vienen a posarse sobre nuestra indiferencia alcohólica. La flora y
fauna por ti nombrada, la atmósfera de lejanos soles de Mayo, se ha disuelto en
la ingenuidad de tus ojos sonrientes, abiertos por fin, todo ha desaparecido en
tu belleza estática de efigie recién llegada de un viaje secreto. Algo
comentamos sobre el ruido de las barredoras, sobre el deber de estar ahí, con
los iguales, con el pueblo; coincido y quisiera confesarme contigo…
Es una
lástima que una fiesta se quede sin mezcal y sin música, algunos mal amados dan
de tumbos buscando algún trago ausente de dueño; igual que afuera, en el
cementerio, este quinto piso se ha impregnado de un halo de hesitación. Ya no
son tus ojos ni ese puente de langostas los causantes de esta nube gris sobre
la sala. En la cocina se han juntado todos. Me aparto de ti, te dejo cansada
entre los amigos con los que charlas en el sofá sobre esa píldora nueva que
venden en el mercado negro. Voy hacia el grupo de personas que debaten con
intensidad en la cocina.
Pero vuelvo
enseguida, las luces se apagan y sólo vuelve a quedar una beta de luz morada
que bordea el cementerio de tu blusa, la música vuelve a sonar con estridencia,
nuevamente Depeche Mode, ¡qué buena rola!, siempre he querido decirte que me
seduce tu piel marmórea al contacto de la niebla violácea. Pero no hay tiempo,
me preguntas qué pasa mientras te tomo de la mano y me miras finalmente. Mal
amados y odaliscas salen despavoridos; claro está, nunca dejaré que te
sentencien a los grilletes en los muslos.
Las últimas
personas en llegar a la fiesta no eran invitados, te explico antes de emprender
la fuga, realmente era banda que venía huyendo de la matanza en el cementerio.
En el camino hacia el quinto piso, explican ellos, los policías antimotines y
el escuadrón de exterminio detuvieron a unos cuantos jóvenes que portaban
pancartas del Frente de Pueblos y del afamado Frente Oriente. El secretario de
la defensa nacional, entonces, no dudó de que el levantamiento fuese provocado
por el fuego de nuestra hoguera. En los noticieros declaran que agitamos a las
masas y aseguran que la resistencia come con nosotros, en nuestra mesa. La
pista de baile se ha quedado vacía, el escuadrón de exterminio viene a la
fiesta, es momento de correr.
Mas no partimos de inmediato, en silencio
quedan nuestras miradas, algo quieres decirme pero ya no hay música, ni
cascada. Te quedas sin magia, cercenada de tu propio lenguaje igual que yo:
absurdo y perplejo con la palabra infértil que no te alcanza, “No alcanzo tu
cuello, /no puedo moverme. / Siento tus ansias. Pero tú también estás muerta. /
Te me deshaces de tanta fatiga, / al contacto de mi mueca. / Nos arrastramos
tratando de alcanzarnos, / pero cuando llegamos al sitio donde nos esperábamos,
/ ya no hay sitio, / ni cuerpos, / ni amor.”[2]
Fotografía: Eduardo Hernández.
[1] Los versos de Óscar Oliva son una
constante en los muros de las prisiones, la cárcel que es toda la ciudad. La
poesía también está en resistencia y no es mi culpa, es el estado de sitio y la
cólera concentrada que nos heredaron nuestros padres.
[2] Cuando terminé de remontar los
versos de Óscar Oliva tenías ya minutos de haber abandonado nuestra ciudad
sitiada. Es verdad, fue un mal momento para ponerme a pensar en poesía. Corro
en sentido contrario a las sirenas…

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