La poesía hoy como
cualquier producto cultural es mera moneda corriente. Grupúsculos, poetas
emergentes, poetas apadrinados, poetas becados, poetas licenciados, poetas del
pueblo, poetas malditos (¿todavía?), poetas amorosos (los peores), poetas
académicos, slameros (que se ofenden si no se les reconoce como poetas),
raperos (versificadores confundidos), performanceros, antipoetas y vaya… podríamos desperdiciar la cuartilla
entera en todo los ismos y caterva de poetas que pululan en un país que se
caracteriza por sus altos índices de incomprensión lectora. Al parecer el
slogan ha funcionado: “lee veinte minutos al día”, “México hacia un país de
lectores”, “en esta escuela todos somos lectores y escritores”, bla, bla, bla…
chida retórica… Nuestra “nueva poesía” exhibe lo soez de este tipo de demagogia
cultural; ya sea en los escaparates de primer nombre para lo socialite cultural, pasando por los
escalafones universitarios y políticamente organizados, hasta los defensores
del pueblo y los habitantes del hoyo fonkie herederos de malos lectores de
Fante, Bukowsky, Lowry y todos los dipsómanos y yonkies que usted recuerde.
¡Todos poetas!, todos con su trompeta de oro –latón; no mames… si aquí no
alcanza pa’ más– intentando ganar un
lugar dentro de la parcela para la que escriben: En el paraíso de la
globalización todos somos espectadores y protagonistas en un mismo click. Entre
tanta “novísima” propuesta y promesa no pude evitar preguntarme sobre la poesía
y para qué escribirla en estos tiempos en que la palabra es un reflejo equivoco
de la democracia. Obvio, éste no es el espacio de la respuesta, pero sí de una
propuesta que indirectamente quiere dar en un punto cercano a ella, más
interesante que el fin anterior. Me refiero al poemario Caesar de la precoz escritora Daniela Rey Serrata.
Lo primero que hay que señalar es
que no estamos ante un libro de poemas o recopilación de los mismos, Caesar es un poemario, primera virtud de
no poco mérito, pues la relación entre los temas y la escritura que se sostiene
a lo largo del viaje temporal, anímico, sexual y poético que representa este
poemario. Sí, es cierto, son 52 poemas que conforman un solo poema en el que la
poeta agota las unidades temáticas que conforman el andamiaje de Caesar. Esto que parece un acento de
aprobación académica dice en realidad lo único que me interesa, a nivel
personal, expresar sobre la autora: su oficio poético. Daniela Rey Serrata es
una escritora que rechaza la improvisación, la inspiración de primera impresión
y los accidentes alrededor de los círculos literarios de moda (lecturas
nudistas, amiguismos, grupúsculos y lecturas públicas en donde nadie escucha
pero todos escriben)… sin embargo, su nombre ya tiene un par de años
dispersándose –pues tiene la propiedad de los virus silentes– entre el
insipiente terreno –y por momentos sorpresivo– de la literatura joven mexicana.
Dejando a un lado a la autora,
reitero que se trata de un poemario donde en una primera lectura desatendida
–como hoy se estila– pareciera, de manera engañosa y no exenta de malicia por
parte de Rey Serrata, se tratara de un inocuo poemario biográfico. Nada más
lejano, afortunadamente, de la realidad poética (sí, esa realidad abstracta que
se vasta a sí misma). Caesar es en sí
un viaje entero que va de la adolescencia para virar a la niñez, saltar a la
inestable vida adulta, regresar a ese tiempo ajeno que nos regalan las crónicas,
la poesía y los libros. En corto: este libro contiene una mitología personal en
la que se puede ver reflejado quién se asome, pero donde están presentes los
elementos o unidades temáticas que entretejen y dan forma a las obsesiones,
aciertos, errores y quimeras –o voz lírica dirían hasta hace pocos años atrás– que
constituyen el contradictorio personaje que es el poema cesariano. Asistir a
los poemas de este libro es asistir al entramado esquizofrénico de la niñez, el
ajedrez, la adolescencia, el amor con su clásica tragicomedia, los dioses
derruidos por el tiempo y las ruinas latinas de un pasado bélico en el que el
personaje cree encontrar (o inventa) un interlocutor (monólogo al que, adentro
del poemario, asiste la memoria disfrazada de fantasmas). Estas unidades temáticas
son, en lectura propia, nodales pero no apocan el contenido de los versos, pues
estas unidades temáticas se conectan con imágenes poéticas mucho muy variadas
en las que se pueden encontrar (si el elector es de lengua mental curiosa)
filamentos de diversos nombres, tonos, colores y lugares imposibles y
fascinantes.
Mas no hay que confundirse, a las
unidades temáticas de este poemario no se llega de manera lineal, sino por la
elaboración técnica de las imágenes cortantes, arrítmicas e inmediatas que se
suceden con acierto y sujetas al ritmo del poemario en su conjunto, no del
poema en particular, y el ritmo del poemario se encuentra sujeto al caos
ordenado, lo reitero, no por azar, sino por técnica que revela la
hiperfragmentación de las generaciones “forever teen” que ha escupido la
vibrante revolución tecnológica. Por ello resulta natural que en Caesar todo sea secuela del encuentro
entre contradicciones: Construcción autoreferencial en paralelo con las
impresiones del mundo externo agobiado en guerras, dramas políticos, fugas al
pasado, estrategias de juego que simulan y a veces revelan la naturaleza
humana. Versos con sincero tono violento que se contraponen a imágenes de
belleza rara y efectiva. El adolescente masculino y femenino fundido en una voz
asexual que, como las máscaras, nos permite adueñarnos momentáneamente de Otro
siempre en potencia en las geometrías mentales; la maternidad que no encuentra
lugar en la larga orfandad enfadada de la especie, pero que quiere lograrse
como si quisiera dar a la guerra al hijo –cordero que quizá nunca verá la luz –
que hiciera por ella/él lo que no había podido realizar por sí mismo. La
victoria siempre por encima de la derrota, pero sin esta última imposible la
primera. Y la provocación, constante en el personaje la provocación de quien se
mueve, con sonrisa cínica, cómodamente sobre el tablero de ajedrez.
Pero como se sabe, el tema o los
temas siempre contienen “lo que se cuenta” (sí, estamos ante un poemario de
corte narrativo), pero en materia de poesía siempre es más importante el “cómo
se cuenta”, pues técnicamente es ahí donde radica la diferencia entre poesía y
las muchas “ocurrencias” que hoy pululan a granel gracias a la arbitrariedad de
pequeñas editoriales muy irresponsables que confunden –diría mi sabia abuela–
“la gimnasia con la magnesia”. Por esto último es importante para mí, claro
está, el ponderar este poemario que presenta un excelente manejo de la imagen
poética. Los versos de Rey Serrata son, en este orden, calibrados, violentos,
multireferenciales, emotivos, asexuales, atemporales y de un humor sórdido que,
dicen quienes han leído poemas en plaquettes y poemas dispersos en revistas,
páginas web, audios, etc., conserva y en este poema se solidifica para dar
directamente en la nuca.
Sí morra… Sí morro, sé que
quieres encontrar en los poemas al autor lo indescifrable. Sé que te enseñaron
a leer literatura con los viejos modelos que dictan que la obra es reflejo de
quien lo escribe. Pero resulta obsoleto querer encontrar a Daniela Rey Serrata
en Caesar; esto es un poemario, no un
chismográfo…, sin embargo, sí se puede decir que se trata de una poética, ¿y
qué poética no es biográfica? El poemario de Rey Serrata goza de ese tipo de
contradicciones, lo que lleva al lector a una segunda, tercera y demás lecturas
para atajar los juegos verbales que en el poemario se devanan.
No hay truco alguno, Caissa –musa
griega del ajedrez– es el personaje-espejo en el que se refleja –de los amantes
es el juego de los arquetipos– en el Caesar histórico y al mismo tiempo el
personaje reelaborado en amante-padre-hermano que complementa la contradicción.
Caissa y Caesar parecen ser uno mismo, pero eso es lo de menos, lo importante
de esa relación es todo el mundo poético derivado en el que se entrecruzan
imágenes de excelente factura.
En estos tiempos de grosero
individualismo y autoreferencialidad –yoísmo pues– el poemario de Rey Serrata
no otorga una solución mágica, parece tampoco buscarla, todo lo contrario, difumina
la poesía a lo largo de los poemas que conforman Caesar para que el elector se encuentre en la encrucijada que
encierra toda partida de ajedrez. Está de más decir que nos encontramos en medio del “fuego cruzado” y sólo el lector
avezado podrá poner en juego sus piezas. El terreno de la guerra –en este
poemario– está preparado para que el lector enfrente su condición de tanque o
víctima.
Caesar,
Daniela Rey Serrata, Literal, Ciudad de México, 2017.
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